Este libro de Francis Schaeffer fue publicado en inglés en 1970, y en castellano tres años después. La fecha es importante, pues el trasfondo social del libro es la revolución estudiantil de los años sesenta. Para Schaeffer, siempre perceptivo, aquella revolución, cuyas olas alcanzaron universidades en varios continentes, era una de las consecuencias lógicas del relativismo que se había convertido en el nuevo dios de mucha gente. Schaeffer desenmascara la inevitable incoherencia del pensamiento relativista. Demuestra que cuando el hombre es considerado, o se considera a sí mismo, una simple máquina -y ya no una criatura de Dios hecha a imagen de su Creador- es tratado como una máquina, y no como una persona. Apunta la ironía que el racionalismo -el cual no es lo mismo que la razón- a menudo lleva a los que caen en él a un misticismo irracional. Observa que se habla mucho de ciertos valores cuando se ha quitado la base de esos valores. Analiza lo que él considera las únicas tres alternativas a la idea de que existen principios absolutos universales, y expone sus defectos.
Schaeffer toca, entre otras cosas acertadas, un punto clave aquí: el rechazo de la antítesis. Antes se creía que, por ejemplo, blanco y negro eran opuestos, y que aquello que era blanco no podía ser, al mismo tiempo, negro. Esto se aplica a todas las áreas de la vida y del pensamiento. Los teístas y los ateos no podían tener ambos la razón. Pero, dice Schaeffer, el relativismo ha rechazado todo eso; ha puesto en su lugar la idea hegeliana de la síntesis. El resultado es que los únicos que tienen la Verdad ¡son los que dicen que la Verdad no existe!
De su análisis del relativismo como tal, Schaeffer pasa a analizar la postura de la Iglesia en esa situación. Encuentra mucho que es feo, mucha hipocresía, y mucho que, aunque pareciendo ser cristiano, está fundamentado sobre bases tan débiles como las del mismo relativismo. El resto del libro constituye una llamada a las iglesias a estar dispuestas a adaptarse en aquellas cosas sobre las cuales no hay nada escrito en las Escrituras, a practicar la verdadera comunidad novotestamentaria, a dejar de confundir el tradicionalismo con el cristianismo, y a demostrar el verdadero amor y la verdadera unidad que, según el Señor Jesucristo mismo, van a ser los criterios según los cuales el mundo va a juzgar la Iglesia. Todo esto y mucho más. Es un libro importante.
Andrés Birch
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