viernes, 9 de abril de 2010

¿SOLA ESCRITURA O ESCRITURA DESNUDA? por Manfred Svensson


I. Introducción
La experiencia de las iglesias evangélicas es una experiencia marcada por la Biblia. Su mensaje no sólo ha transformado vidas en el sentido de transmitir la verdad, sino que ha marcado nuestras vidas hasta en los últimos detalles, como en la formación de un determinado lenguaje. Este enorme papel desempeñado por la Biblia en las iglesias evangélicas sólo es explicable a la luz de un hecho: el hecho de que la reforma protestante la declarara a ella como máxima autoridad en la vida cristiana. Pero hay muchas formas de entender dicha autoridad, y la manera en que la entendamos afectará la manera en que la Biblia actúe sobre nosotros. De ahí se sigue que reflexionar al respecto no es una tarea de especialistas, sino de todo creyente.
Sola Scriptura. Sólo la Biblia. Sólo ella como norma de fe, como norma de conducta, como fuente de conocimiento sobre Dios. Esta es una de aquellas pocas cosas que parecen comunes a todo el protestantismo. Tanto así, que se le llama el "principio formal" de la Reforma, como contraparte de la justificación por la sola fe como "principio material" de la misma: "sola fe" y "sola Biblia" serían, por decirlo así, algo semejante a "fondo" y "forma" del protestantismo. Esas serían pues nuestras dos ideas básicas, nuestros principales criterios distintivos. Pero sola scriptura puede significar muchas cosas. Puede significar un rechazo radical de toda la tradición, o bien apreciar la tradición en la medida en que es conforme con la Escritura. Puede significar que sólo la Biblia es norma de conducta para los creyentes, o puede significar la pretensión de que la Biblia debe ser norma también para la legislación civil. Puede significar que de ella sacamos las normas para todas las áreas de nuestra vida, o bien sólo para nuestra vida "espiritual". Por otra parte sola scriptura es una frase que aún no nos dice nada sobre cómo debemos leer la Biblia, qué debemos pensar sobre su inspiración, etc. Es, pues, mucho lo que hay que decir antes de que sola scriptura nos diga algo concreto sobre cómo la Biblia guía la vida cristiana.
Esto ya nos advierte lo peligroso que es moverse en cuestiones de fe sólo en base a breves banderas como sola scriptura. Los reformadores hablaron así a un público que al menos en parte entendía qué les estaban queriendo decir: un público que no sólo oía sus banderas, sino que atendía a sus prédicas y a sus lecciones, y así adquiría una impresión más equilibrada del problema que la se adquiere cuando uno resume estos problema a la una sola frase. Hoy, más que en cualquier otra época de la historia, nos hemos acostumbrado sólo a movernos por las banderas, por las formas más simplistas de expresar las distintas posiciones. Por eso, al reflexionar sobre la autoridad de la Biblia, tal como cuando razonamos sobre cualquier otra cosa, hay que partir por atacar las banderas simplistas. Sólo así lograremos que el tema nos diga todo lo que nos tiene que decir. Sí, aunque suene extraño: no debemos sólo atacar banderas y slogans enemigos, sino también nuestras propias banderas, para ver la riqueza que se oculta tras ellas.
Consideremos dos cosas, una en relación a la Reforma y otra en relación al pentecostalismo. La Reforma realizó al parecer una especie de doble movimiento: declaró que todos debían tener acceso a la Biblia, pero al mismo tiempo elevó las exigencias (por ejemplo, en lo que se refiere a conocimiento de idiomas) para una recta comprensión de ella. Paradójico: populista y elitista a la vez. Vamos ahora al pentecostalismo: para muchos la forma en que los movimientos pentecostales leen la Biblia es "fundamentalista"; pero simultáneamente distinguidos sociólogos, como Peter Berger han llamado la atención sobre cómo el pentecostalismo es una fuerza "modernizadora" en las sociedades latinoamericanas: personas se convierten y el deseo de leer por sí mismos la Biblia los lleva a dejar el analfabetismo y recibir así su primera educación formal. Fundamentalistas y modernizadores: paradójico. Estos dos casos son una muestra significativa de que la solución a los problemas suscitados por la autoridad de la Biblia en ningún caso son reducibles a una simple frase, a un slogan. La respuesta será compleja, porque es parte de la respuesta a la vida humana, que es compleja.
Cuando hablamos sobre la autoridad de la Biblia estamos simultáneamente obligados a hablar sobre muchas otras especies de autoridad, como la autoridad política o la autoridad de las distintias ciencias en sus respectivos campos. La Biblia -esto es lo menos que se puede decir al respecto- limita con esas distintas autoridades. Y esos límites no son siempre fáciles de establecer. Pero dejemos ya esta alusión desordenada a los distintos temas con que aquí nos vinculamos, y hagámonos cargo de modo ordenado de cada uno de estos problemas.

II. Sola Scriptura y sus límites
¿Es la Biblia nuestra única fuente de conocimiento y dirección en la vida cristiana? ¿Es una fuente más entre otras? ¿Es una fuente entre otras, pero la principal? ¿Es una fuente de conocimiento para todas las áreas del saber? "Yo solo me guío por la Biblia" -hablando sobre cualquier tema-, es una expresión con la que es fácil encontrarse en el mundo evangélico. Creyentes de las más variadas iglesias afirman sacar de la Biblia su conocimiento y dirección para múltiples áreas de la vida: para decisiones morales, para discusiones científicas o para cuestiones estrictamente doctrinales -para todos estos temas se busca indiferenciadamente la respuesta bíblica.
¿Es esto lo que significaba el sola scriptura de los reformadores? Eso es un tanto cuestionable, y lo es por varias razones. Por una parte, si atendemos a la práctica de los reformadores. No importa cuánto insistieran en el sola scriptura, invariablemente intentaron apoyarse en la tradición cristiana, buscaron mostrar que su interpretación de la Biblia no era una ocurrencia novedosa, particular de ellos, sino que se intentaba el restablecimiento de lo que otros grandes expositores de las Escrituras siglos antes ya habían sabido. Por eso, mostrar que eran parte de la misma escuela, de la misma tradición que los Padres de la Iglesia, no era un aspecto táctico de la Reforma, sino un elemento esencial de ella: si fracasaban en eso, si su interpretación era una ocurrencia del siglo XVI, la Reforma podía ser un movimiento intelectualmente interesante, pero cuya autoridad vinculante para los cristianos sería dudosa. Sola scriptura significaba, pues, no que la Biblia fuera la única fuente de conocimiento, sino que era el criterio último, que ni la tradición ni el magisterio eclesiástico estaban sobre ella. Pero que sí podían tener un papel que desempeñar al lado de ella, si se sometían a ella. (Dejo de lado aquí el complejo tema de cómo se da en concreto esa sumisión).
Por eso no es extraña la reacción de Lutero cuando sus discípulos le piden que edite una edición de "obras completas" de sus propios escritos. En el prólogo que escribió al primer tomo de sus escritos latinos afirma: "Por largo tiempo y duramente me he opuesto a quienes querían ver una edición de mis libros. [...] Por una parte no quería que los trabajos de los antiguos se vieran tapados por mis novedades y que el lector así se acabara absteniendo de leer a los autores antiguos. Por otra parte, gracias a Dios ahora hay otros libros sistemáticamente muy ordenados, entre los que destacan los Loci communes de Melanchton". No quería tapar el camino a los libros antiguos, ni impedir el éxito de los libros nuevos. Hoy, en cambio, sólo pensamos en libros nuevos. Y si alguien considerara leer un libro antiguo, tal vez no se le ocurriría que hay algo más antiguo que Lutero. También en esto Lutero fue más perspicaz que sus seguidores.
Pensemos ahora no en la Reforma, sino en la actualidad. ¿Por qué la Biblia no puede ser nuestra fuente única, nuestra autoridad única al guiar nuestra vida? Por una razón muy simple: hay muchos temas que ella simplemente no toca -y que no tenía por qué tocar. Consideremos el siguiente ejemplo: una parte importantísima de los problemas éticos actuales son problemas de bioética. La Biblia no dice nada al respecto. Nos da sí ciertos criterios: nos habla del valor de la vida; nos dice, por ejemplo, que Dios es el Dios de la vida. Que en Cristo todo lo que ha sido creado es vida, y que la vida es la luz de los hombres (Juan 1:3-4). ¿Pero cómo aplicar eso a los complejos temas actuales? Sin duda es posible hacerlo. Pero es posible sólo cuando nuestra autoridad es una Biblia, pero una Biblia que no está sola, sino interactuando con distintas disciplinas, como en este caso la ética o la biología. Desde luego interactuar no significa necesariamente un diálogo "en igualdad de condiciones"; pero sí significa, al menos, reconocer a las distintas disciplinas su modo propio de acceder a la verdad.
El ejemplo de los reformadores y el ejemplo de los problemas éticos actuales sirve, en consecuencia, para mostrar que la sola scriptura sólo puede ser guía efectiva cuando no es la Escritura desnuda (sola, no nuda, es una aclaración que también se encuentra en la Reforma), sino la Escritura en su contexto: y el contexto de la Palabra de Dios es la iglesia, Su pueblo y Su esposa: y la iglesia no es sólo los creyentes que la componen en un momento dado, en el día de hoy, sino quienes han creído a lo largo de la historia. El contexto de la Biblia es, pues la iglesia -no el creyente aislado con su interpretación personal. ¿Pero cuál es el contexto de la iglesia? El mundo. La iglesia vive en tensión con él. No es de él pero está en él. Y mientras esté en él tiene que hablar con el mundo en el lenguaje del mundo; y ante todo tiene que mostrar que la Biblia es la respuesta a los problemas del mundo, y no una anestesia espiritual para tornar más soportable la existencia a los cristianos.
El sola scriptura presenta, pues, una estructura semejante al sola fide: aquella sola fide que salva no es una fe sola, sino una fe con frutos. Asimismo, aquella sola scriptura que es criterio principal de autoridad para los cristianos, es una Escritura que no está sola, sino acompañada por la tradición cristiana e iluminada por el Espíritu de Dios que nos lleva a comprenderla.

III. La corrección y la iglesia antigua
Ahora bien, si sola scriptura no significó en realidad para la Reforma que la Escritura estaba sola, sino simplemente que era el criterio último de autoridad, ¿por qué entonces usaron una expresión tan fuerte como sola scriptura? La respuesta no es muy difícil de imaginar: porque querían corregir. ¿Qué querían corregir? La tendencia a colocar la autoridad de la tradición y de la iglesia por sobre las Escrituras. Dicha corrección se efectuó por medio de la frase sola scriptura. En este punto uno hará bien en recordar ciertas palabras de Kierkegaard que hablan sobre los riesgos de que un correctivo se convierta en norma. Un sola scriptura tomado literalmente, en que efectivamente sólo nos alimentemos espiritualmente de la Biblia, sería un correctivo convertido en norma; sería semejante a un remedio, pero ingerido como si fuera el alimento normal. Con esto desde luego no quiero decir que la Biblia sea sólo un remedio y no un verdadero alimento. Pero sí quiero decir que frases como "sola scriptura", entendidas literalmente, son sólo un remedio, y no un alimento suficiente.
Pero volvamos a la idea de corrección. Que la Biblia debe jugar un papel de corrección es algo sobre lo que los cristianos fueron instruidos tempranamente, cuando Pablo, escribiendo a Timoteo (II de Tim. 3:16) dijo que "toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia". Pero cuando se nos habla de corregir se nos enseña además que no debemos mirar la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio. ¿Poseemos hoy en las iglesias evangélicas esa capacidad de autocrítica? Me temo que la poseemos, pero sólo "en principio". Porque en principio todos reconocemos ser falibles, pero ¡cuánto nos costaría llegar a reconocer estar sosteniendo algo efectivamente equivocado!
Las iglesias evangélicas tienen como costumbre bastante arraigada la de criticar a otros grupos -católicos, ortodoxos o incluso protestantes históricos- por "tradicionales", sosteniendo que prefieren sus tradiciones a la Biblia. Pero es imprescindible que veamos que las iglesias evangélicas también constituyen tradiciones, tal vez menos elaboradas, pero no por eso inexistentes: la no conciencia de eso lleva en ocasiones a que cualquier dudosa práctica sea elevada a nivel de doctrina; y mientras que se crea que uno no constituye una tradición, sino que sólo practicamos la fe bíblica, es imposible tomar distancia de dichas prácticas y se pierde toda capacidad de autocrítica. Todos -naturalmente, y no se trata necesariamente de algo malo- leemos la Biblia desde nuestra propia tradición eclesiástica, nuestra propia experiencia de fe. Todos leemos a través de ciertos lentes. Pero bienaventurado el que sabe cuál es el color de sus propios lentes. Bienaventurado el que por un momento puede ver cómo se ve un texto con distintos lentes. Sólo cuando sabemos que somos parte de una tradición, nos podemos comportar con libertad ante ella. El pasado olvidado esclaviza, el pasado recordado y asumido libera.
Las Escrituras están ahí esperando ser leídas de un modo en que las dejemos corregirnos. Para eso tienen que cumplirse varios requisitos. Me gustaría aquí decirlo de modo claro y tajante: se requiere no solo la aceptación teórica de que el protestantismo es falible, sino el reconocimiento de que como seres falibles es muy probable que de hecho hayamos fallado; y no sólo en el sentido de cometer ciertos pecados en concreto, sino de que también podemos fallar -y que de hecho fallamos- doctrinalmente. Recién una vez que hacemos nuestra esa convicción, se nos abre la Biblia como correctivo. Recién entonces la podemos leer no ya buscando en ella la confirmación de lo que ya creíamos -que puede ser un error- sino dejando que ella nos ilumine, corrija, que ella nos muestre todas las caras de cada uno de los temas que nos ocupan. En ese momento la Biblia deja de ser un espejo de nuestras propias creencias, y se convierte en lo que debe ser: un libro que siempre -por muchos años que llevemos dentro del Evangelio- nos sorprende, corrige, remece.
La tendencia humana es muy frecuentemente la contraria: la de querer domesticar incluso la Palabra de Dios. Seguir reconociéndole autoridad, pero permaneciendo cómodamente en nuestras convicciones personales. Y así cuando acudimos a la Biblia, acudimos a ella buscando los textos, los versículos, que sirvan de prueba para reafirmar nuestras convicciones. Una de las primeras pruebas de una lectura seria de la Biblia es la de abandonar esta práctica: aprender a leer cada libro como una unidad, aprender a buscar también los textos que ponen en duda las posiciones que nosotros de momento estemos sosteniendo. Ya diremos algunas cosas más sobre cómo leer la Biblia. De momento veamos por qué también leer otras cosas.
¿Por qué leer a los Padres de la Iglesia, a los grandes autores cristianos de los primeros siglos? Creo que muchos se preguntan sinceramente esto, entre otras cosas porque si alguna vez deciden leer obras teológicas, pensarán ante todo en leer obras de los Reformadores. La Institución de Calvino sin duda cuenta con más lectores evangélicos que los que cuenta, por ejemplo, el tratado de Atanasio sobre La Encarnación. ¿Qué es lo que lleva a esto? En alguna medida los Padres nos parecen más lejanos. Es innegable que al menos en términos de estilo los Reformadores son autores bastante modernos: cuando los leemos, no nos parece que estuviéramos leyendo a alguien de otro mundo. Eso, en cambio, sí puede ocurrir con la lectura de los Padres. En muchos de sus escritos, por ejemplo, están atacando a grupos de los que hoy apenas hay rastro, o cuyos nombres ni siquiera nos dicen algo. ¿Quién de nosotros no se ve obligado a acudir a una enciclopedia cuando los Padres lanzan sus alegatos contra monofisistas, gnósticos o docetistas? Pero el esfuerzo por intentar entender dichas polémicas se ve recompensado. Porque en ellas, y en los escritos antipaganos de los Padres, vemos al cristianismo en sus primeras luchas por definirse. Eso -el aprender qué cosas eran realmente las centrales para ellos- puede ser una lección impagable. Una lección que además nos muestra a veces cuán banales -en comparación- son la mayor parte de las disputas que hoy crean divisiones entre las iglesias evangélicas.
Pero hay otra razón para leer no sólo a los Reformadores sino también a los Padres: el hecho mismo de que los Padres nos resulten de algún modo más ajenos y lejanos ayuda a que no proyectemos a sus escritos nuestras propias convicciones, sino que resulte mucho más fácil ver lo que ellos mismos dijeron y quisieron decir. En el caso de los Reformadores, por el contrario, los sentimos tan "nuestros" que los leemos de modo descuidado, proyectando a sus páginas ideas que muchas veces no están en ellas. De ese modo pierden la posibilidad de remecernos y educarnos. Se convierten en una fuente no ya de corrección, sino en una fuente de citas con las que podemos adornar nuestras propias ideas y reforzar nuestras propias convicciones. Lo cual, por cierto, no está nada de mal; pero está lejos de ser el único alimento espiritual que el hombre necesita.
Añádese lo siguiente: las iglesias evangélicas están convencidas de tener un parentesco estrechísimo con la iglesia primitiva. Y tienen diversos argumentos para apoyar esta afirmación, como por ejemplo el hecho de que casi en ningún país poseen algún tipo de poder político, el hecho de que son iglesias que crecen "desde abajo" (no por la "conversión" de un país, sino de individuos), o bien el hecho, más simple aún, de que los lugares donde se reúnen muchas veces se asemejan más a una catacumba que a una gran catedral. Pero cabe preguntarse de qué sirve todo esto si no se estudia también lo que pensaba, lo que creía la iglesia antigua. ¿Hay gente estudiando esto seriamente en las iglesias evangélicas? Sí, claro está. Pero son no excepciones, sino verdaderamente especímenes, casos aisladísimos. En las iglesias evangélicas hay hoy una gran cantidad de personas realizando estudios de literatura, de historia, de filosofía, de filología, así como de otras áreas; ¿qué ocurriría si un número significativo de ellos comenzará a escribir sus tesis sobre temas de la iglesia antigua, sobre su historia, su literatura, sobre su aproximación al derecho, sobre su visión de la historia? Sospecho que podría tener consecuencias interesantes.

IV. La lectura de la Biblia
Para muchos, no es necesario que busquemos orientación sobre cómo leer la Biblia. No es necesario buscar reglas claras de interpretación, ni dejarse ayudar demasiado por ideas "humanas" al respecto: podemos limitarnos a esperar la iluminación del Espíritu Santo (o bien, atenernos siempre a lo que sea la interpretación más literal). Ahora bien, ciertamente el Espíritu Santo tiene que estar presente para una recta comprensión de las Escrituras, pero decir que su presencia es la única condición, es ir bastante más lejos. Ya los Padres de la Iglesia se vieron enfrentados a esta objeción, por parte de grupos extremadamente espiritualistas. Y su respuesta fue desenmascarar esa posición: mostrar que aunque se presenta como "humilde", porque sólo espera la asistencia divina, en realidad el no querer aceptar la asistencia de otros hombres, el no querer reconocer que Dios actúa a través de los hombres, puede ser una grave muestra de soberbia. Así escribe Agustín en la introducción a su libro Sobre la Doctrina Cristiana: "¿Qué haremos entonces? ¿Sugerir a nuestros hermanos que no enseñen nada a sus hijos, porque con el derrame del Espíritu los apóstoles hablaron inmediatamente todas las lenguas? ¿Y sugerir a quienes no han tenido una experiencia semejante que se abstengan de considerarse cristianos, o que al menos duden de haber recibido el Espíritu Santo? ¡No! ¡No! Más bien dejemos de lado este vano orgullo y aprendamos de los hombres todo lo que podamos aprender de ellos."
Intentemos, pues, aprender de cómo otros cristianos han visto la Biblia a lo largo de la historia. No pretendo aquí hablar sobre normas de exégesis, sino sobre algunos vicios más generales en que a veces incurrimos en la lectura de la Biblia. Y lo primero que hay que aprender es algo que ya hemos mencionado antes: aprendamos a abandonar la búsqueda de textos que prueben nuestras posiciones. No es extraño que la Biblia sea ante todo un conjunto de historias. Eso significa que el modo en que la Biblia nos muestra la verdad no es el mismo modo en que un código de derecho penal nos muestra las sanciones que corresponden a ciertas acciones, y tampoco es semejante al modo en que una enciclopedia nos muestra el estado actual de conocimientos sobre un tema. Pero ver la Biblia como un código o una enciclopedia es una práctica muy extendida: es lo que se refleja en el saber de memoria un par de versículos por cada tema, de modo que siempre se pueda dar la opinión "bíblica" sobre algo. Naturalmente el resultado es que las discusiones llevadas a cabo de ese modo se transformen en una pelea en que cada parte simplemente recita versículos distintos de la otra. En esas condiciones es un milagro -literalmente- si alguien logra entender todo lo que la Biblia nos puede decir sobre un tema. Lo que aquí estoy diciendo se puede formular también del siguiente modo: no leamos la Biblia como si fuera un manual, un código, un libro de cocina, un libro de ciencia o una enciclopedia: no sólo porque su tema es otro, sino porque transmite la verdad de otro modo.
Pero uno de los pasos que hay que dar para dejar dicho modo de lectura, es el concentrarnos en el tema de la Biblia. Concentrarnos en el tema de la Biblia significa no pensar que ella pretende ser nuestra fuente de conocimientos científicos o históricos con precisión científica o histórica. Ella nos quiere hablar sobre la relación de Dios y el hombre. Sobre cómo esa relación se destruye y sobre cómo esa relación se puede volver a construir. Y sobre qué cambios se dan en la vida del hombre cuando dicha relación se reconstruye. Por eso, como hemos dicho, en lugar de buscar en la Biblia catálogos de normas, debemos intentar entender el sentido de las historias que cuenta. El resultado de esto ciertamente puede incluir la necesidad de obediencia a ciertas normas. No por sí mismas, sino porque el obedecerlas genera vidas con sentido, en que se restaura la comunión entre el hombre y Dios: da por resultado historias personales buenas, en lugar de vidas fracasadas. Pero todo esto significa que cuando la Biblia nos habla de la relación del hombre con Dios también nos está hablando de todas las actividades del hombre, de la relación del hombre con los demás hombres y con el resto de la creación. Todo eso hay que buscar en nuestra lectura bíblica para que nos diga todo lo que nos puede decir. Pero lograr ver todo eso supone recuperar un conocimiento profundo de la Biblia, que en muchas iglesias evangélicas se encuentra en un estado francamente deprimente.
En muchas ocasiones la tendencia evangélica ha sido además en una dirección distinta de la recién señalada: se ha intentado utilizar la Biblia como fuente de conocimientos históricos o científicos, como modo de enfrentarse a los conocimientos históricos o científicos del mundo. En ese esquema, no se distingue entre los distintos contenidos de la Biblia, sino que se afirma que tal como nos da conocimientos sobre la salvación, nos los da -con el mismo tipo de certeza- sobre materias como historia o ciencia. Es interesante en este sentido notar que la misma Biblia establece distinciones respecto de los niveles de su autoridad: no se atribuye a sí misma el mismo género de autoridad para cada parte de su texto. Así es como no sólo los cristianos leemos el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo, sino que incluso dentro del Nuevo Testamento encontramos a Pablo distinguiendo entre cosas que le ha revelado Dios y las propias sugerencias personales que él da a las iglesias. Éstas pueden ser muy buenas, pero dado que el propio Pablo considera importante hacer la distinción, debe ser porque es importante distinguir niveles de autoridad dentro del texto bíblico. Ante todo, considerando que dentro de la Biblia tenemos palabras de Cristo mismo, palabras cuya autoridad es por tanto mayor a la que tiene el resto de la Biblia -por elevada que sea la autoridad que concedamos a los restantes textos bíblicos.
Detrás de la tendencia a ignorar esto, suponiendo que la Biblia habla sobre todos los temas y sobre todos con la misma autoridad, se encuentra la idea de que la Biblia estaría escrita tal como están escritos los libros modernos: como un conjunto de información; en lugar de distinguir los distintos estilos literarios de la Biblia, se la lee como si toda ella fuera prosa científica o histórica moderna. Y quienes hacen esto no se dan cuenta de lo que están haciendo, precisamente porque el afán de dichos lectores no es moderno, sino el refutar teorías modernas, como por ejemplo determinadas variantes (o todas las variantes) de la teoría de la evolución. Sin embargo, sin querer, caen precisamente en una lectura radicalmente "moderna" de la Biblia, pidiéndole información de la que ella no se ocupa. En nada afecta a la visión bíblica del hombre o de Dios el que la tierra tenga seis mil o seis mil millones de años de existencia. Creer que las genealogías bíblicas pretenden transmitir alguna información al respecto es ser víctima de una posición totalmente ahistórica. Es creer que a los autores de dichas genealogías les interesaba algo que, en el mejor de los casos, recién comenzó a interesar en el siglo XVII. Valga esto como uno entre tantos ejemplos.
Esto tiene dos tipos de consecuencias: una es el no ocuparse de los distintos campos del saber a partir de sus propias fuentes. La ciencia, la historia o la política son abordadas sin conocimientos suficientes de los principios propios de cada una de esas áreas, sino desde un estricto y muchas veces descontextualizado biblicismo. La otra consecuencia es el hecho de que la misma lectura de la Biblia sufre: la hacemos hablar de lo que no habla, y eso tiene por consecuencia que no escuchamos aquellas cosas de las que sí habla.
Un segundo punto en el que debemos detenernos, es en que la lectura de la Biblia debe ser la lectura de una unidad. La lectura de versos sueltos no sólo es descontextualizada, no sólo nos hace perder la vista del contexto más inmediato de un texto, sino que nos hace perder de la vista la casi infinita serie de conexiones internas dentro de la Biblia. Así escribe Bonhoeffer: la Palabra de Dios "no consiste en versículos aislados sino en un todo que exige manifestarse como tal. Es en su totalidad como la Escritura es la palabra revelada de Dios. Sólo en la infinitud de sus relaciones interiores, en la conexión entre antiguo y nuevo testamento, la promesa y el cumplimiento, sacrificio y ley, ley y evangelio, cruz y resurrección, fe y obediencia, don y espera, se hace enteramente inteligible el testimonio de Jesucristo, el Señor". Si queremos volver a ser cristianos con un conocimiento suficiente de la Biblia, debemos recuperar la práctica de leer textos completos, textos largos. Cuando se deja esto, creyendo que ya conocemos suficientemente los grandes contextos, se vuelve a caer con rapidez en la práctica de la lectura de textos aislados. Ahí no se manifiesta toda la complejidad y riqueza de la palabra de Dios.
Existe una manera en que se puede evitar esto, un mecanismo hoy todavía conservado por muchas iglesias: un calendario litúrgico. Un calendario que da orden a la lectura, de modo que a lo largo del año se predique sobre toda la Biblia. En muchas (tal vez la mayoría) de las iglesias evangélicas esta práctica no existe; es más, se la rechaza deliberadamente, ya que se considera que eso sería limitar en cierto sentido el actuar de Dios: no se permitiría que el Espíritu Santo indique cada vez sobre qué se debe predicar. No estoy seguro de que este argumento sea del todo convincente: el Espíritu Santo se manifiesta tal vez de modo especialmente claro ahí donde estamos dispuestos a oír la totalidad de la Palabra de Dios. El tipo de argumentos con que se suele rechazar la existencia de calendarios litúrgicos me parece que descansa sobre un cierto grado de contraposición entre Espíritu y Palabra. La enseñanza bíblica no es que nosotros debamos crear espacios de libertad para el Espíritu, sino que ahí donde está el Espíritu de Dios, ahí hay libertad. Y el Espíritu de Dios está dondequiera que haya disposición a oír su Palabra.
Al menos una ventaja tiene el uso de estos calendarios: si hoy queremos saber lo que un autor de otro siglo, como por ejemplo Lutero, escribía sobre un determinado texto bíblico, no cuesta nada averiguarlo: basta buscar la prédica sobre el texto correspondiente, ya que estaban obligados a predicar sobre toda la Biblia. En fin, no sé si este argumento sea concluyente o habría otros factores a considerar. Ciertamente el seguir un calendario litúrgico puede tener algunas desventajas, como el hecho de que a veces quien predica se sienta obligado a forzar el texto de turno para hablar sobre un tema actual. O puede ser simplemente "aburrido" (aunque no estoy seguro de que eso sea un argumento muy digno). Pero asimismo la ausencia de calendarios litúrgicos puede significar oir siempre una prédica sobre lo mismo, sobre la particular visión del pastor de turno, que tal vez es muy buena, pero no representa todo lo que las Escrituras nos tienen que decir. No tengo una posición totalmente definida al respecto, pero me parece que hay argumentos suficientes como para reconsiderar el problema. Ambas posiciones tienen riesgos; personalmente me inclinaría sin mucha duda por la existencia de un calendario, pero desde luego estoy consciente de que hay muchas personas muy sensatas que prefieren los riesgos de la posición contraria.
Una cosa al menos debe estar clara: dado que de hecho la mayoría de las iglesias evangélicas carecen de un calendario litúrgico, es tanto más urgente que cada creyente se preocupe personalmente del conocimiento de la totalidad de la Biblia, y que las iglesias se ocupen de incentivar grupos de estudio, pequeñas células en que sistemáticamente se llegue a conocer el mensaje bíblico en forma íntegra.

IV. La Teología
Personalmente creo haber oído más quejas contra la teología en púlpitos evangélicos que en obras de autores que se opongan al cristianismo. El tipo de quejas que se escucha contra la teología son del tenor de "la letra mata": la teología es calificada de abstracta, se le critica que no se ocupa de los problemas prácticos; se le reprocha ser una especulación "humana" sobre Dios: una especulación sobre la que por tanto no vale la pena preocuparse, porque tenemos en la Biblia lo que Dios dice sobre sí mismo. La fuerza del prejuicio antiteológico es abrumadora. En realidad el argumento de "la letra mata, el Espíritu vivifica" es insólito: épocas anteriores al menos utilizaban dicho texto como motivo para interpretar muchos textos alegóricamente; nosotros parecemos estarlo ocupando para no interpretar en absoluto, para no ocuparnos en absoluto de la teología (y otros lo han usado para rechazar del todo que los cristianos necesiten recibir algún tipo de educación -en pleno siglo veinte chileno).
Por otra parte, si a alguien le parece demasiado "abstracta" o "humana" la teología, tal vez debe simplemente partir por preguntarse si en sus manos han caído las obras correctas. Porque al menos una cosa está clara: una mente cristiana (y hay pocas cosas tan prácticas, tan capaces de transformar el mundo, como una mente cristiana) se forma mediante el amor al prójimo, la oración y la reflexión constante sobre las grandes doctrinas de la fe. ¿Que dichas doctrinas se encuentran en la Bibla? Sí, efectivamente, ahí se encuentran. Pero cuando pensamos sobre ellas, cuando intentamos entenderlas en orden, ponerlas en relación unas con otras, ahí ya estamos haciendo teología. Por eso uno de los evangelistas, Juan, que narró la historia de Cristo con una intención un poco más sistemática que la de los demás evangelistas, fue llamado por la iglesia antigua el teólogo. La común queja contra la teología en el sentido de que ésta sería demasiado árida, revela además una creencia equivocada: la creencia de que el cristianismo debe ser exigente en muchas áreas de nuestra vida, pero no respecto de nuestra mente. Pero la orden que nos ha sido dada es la de amar a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente. Y el amor es algo exigente. Tal como el amor con todo el corazón implica esfuerzos, esfuerzos de entrega por el prójimo, asimismo el amor con toda la mente implica esfuerzos de la mente, leer textos cuya primera apariencia es árida, esforzarnos por desarrollar una mente cristiana.
Pero veamos en cierto orden algunos problemas relacionados con esto. Partamos por añadir un argumento más a los que ya hemos dado en favor de la necesidad de estudiar teología. Se trata del hecho de que hoy en muchos casos las iglesias evangélicas poseen un número importante de creyentes con bastante educación en distintas áreas. Si comparamos con una generación atrás, son muchos más los que acceden, por ejemplo, a la educación superior. Una de las consecuencias de esto es que alcancen en sus respectivas áreas un nivel de conocimientos muy superior al que tienen respecto de su propia fe. Esto no necesariamente tendrá consecuencias nefastas; pero probablemente sí. Porque hay ocasiones en que la fe puede entrar en conflicto con alguno de esos conocimientos. Y si la fe se ha mantenido a un nivel de meras emociones o, por decirlo así, "epistemológicamente inferior" al nivel de los demás conocimientos, no es difícil adivinar cuál de las dos visiones de mundo tiene más posibilidades -humanamente hablando- en esos conflictos. Con esto, por lo demás, debería quedar claro que aquí no estoy hablando de la formación de pastores, sino de la formación que la mayoría de los creyentes necesitamos.
Existe otro argumento común contra el estudio teológico: que la teología es algo "menos real" que nuestra experiencia personal de Dios. Esto ciertamente es verdadero. Pero hay un punto importante sobre el que C.S. Lewis llama acertadamente la atención: que el mar y las montañas también son más reales que los mapas. Pero eso no significa que los mapas sean inútiles. Por el contrario, los mapas están dibujados a partir de la experiencia -"real"- de muchas personas, y es por eso que nos ayudan a encontrar el camino donde nos perderíamos si nos guiáramos sólo por nuestra propia experiencia. Asimismo la teología es el resultado de la experiencia de fe de los cristianos a través de la historia. Es esa experiencia acumulada la que nos ayuda a no perdernos, y a nutrir nuestra propia experiencia con ideas que ya han pasado la prueba de la historia.
¿Pero cómo empezamos a formar teológicamente nuestra mente? Ya hemos dicho varias cosas sobre cómo leer la Biblia. Su lectura seguirá siendo -a través de toda la vida- la fuente principal de nutrición de una mente cristiana. Pero no la única. Hemos hablado también de la lectura de Padres de la Iglesia y de los Reformadores. Pero creo que hay un paso importante que dar de modo anterior o simultáneo a dicha lectura. Me refiero a la lectura de Credos, Confesiones, Catecismos y textos semejantes. Las iglesias evangélicas cuentan con una tradición no muy desarrollada a este respecto. Pero hay en realidad una gran abundancia de material que podríamos estar leyendo. Desde un comienzo los cristianos intentaron resumir su fe en pequeños textos que sirvieran de testimonio ante el mundo y ante todo de instrucción para los recién convertidos. El Credo de los Apóstoles, el Niceno y el de Atanasio son desde luego los ejemplos más perdurables. En la misma época algunos de los Padres de la Iglesia formularon los primeros Catecismos. En Agustín, por ejemplo, encontramos varios escritos de esta naturaleza: explicaciones del Credo, del Padrenuestro, de los mandamientos. De la época de la Reforma podríamos también nombrar muchos textos, catecismos y confesiones. La Confesión de Ausburgo, el Catecismo de Westminster, etc. ¿Qué función pueden cumplir estos textos? Dejar la huella clara de la doctrina, la marca imborrable del dogma. También estos textos pueden ser áridos. Pero su estudio deja sin duda un resultado: no sólo la marca de un dogma, sino la marca que significa una fe mentalmente ordenada, donde cada doctrina tiene su lugar. Cuando no se da eso, es fácil que acentuemos unilateralmente una determinada doctrina: la que más atacada se vea en nuestra época o la que más simpatías despierte en nosotros. Esa acentuación unilateral de cualquier doctrina -aunque en sí misma sea una doctrina verdadera- es una fuente de grave confusión y división en las iglesias. Pero pasemos ya a otro punto.
Para muchos la tarea de la teología debe hoy ser reenfocada: la gran herencia teológica de los últimos dos milenios debe pasar por un cierto cedazo que se llama experiencia cultural latinoamericana. La teología tiene que pasar la prueba de la inculturación; tiene que ser "teología latinoamericana". Esta propuesta tiene lados claros y lados oscuros. Ciertamente está bien esforzarse por lograr aplicar la herencia teológica a las condiciones culturales de América Latina. Pero detengámonos un momento a pensar: cuando se hace teología en Europa, no se hace deliberadamente "teología europea". Ciertamente el resultado de la teología hecha en Europa está marcado por la experiencia cultural de los europeos. Pero si se pusieran a hacer una teología deliberadamente europea, el resultado sería sin duda mucho más cuestionable de lo que ya pueda ser (aunque no estoy muy seguro de que sea tan cuestionable)- y no hay motivos para pensar que en Latinoamérica vamos a ser más equilibrados a la hora de impregnar la fe con nuestra cultura. Por lo demás, si se quiere influenciar positivamente la teología con nuestra cultura, baste tomar como ejemplo a dos de los grandes autores cristianos de la Antigüedad: Tertuliano y Agustín. Tertuliano fue el padre de la literatura cristiana en lengua latina: africano, cuyo temperamento africano se nota en cada texto que ha escrito. Agustín, el más influyente de los Padres de la Iglesia, también dejó que su carácter africano entrara en sus obras. Pero ninguno de los dos se lanzó a la tarea disparatada de hacer una "teología africana", sino que simplemente hicieron teología. Eso es lo que en Latinoamérica también hay que hacer: siendo cautelosos sobre qué cosas de las que nos han llegado son sólo herencia de otros continentes y no elementos esenciales de la fe cristiana; pero siendo igualmente cautelosos de no oscurecer la fe cristiana con arbitrariedades de nuestra propia cultura. De lo contrario, la tarea de una teología latinoamericana puede convertirse fácilmente en una excusa para simplemente hacer teología poco seria: convenciéndonos de que nuestra teología no tiene por qué tener el rigor de la teología desarrollada en otros continentes, sino que tiene su valor por el solo hecho de su carácter "contextual".
Pero vamos ahora a la pregunta tal vez más difícil para la teología, que es la de definir su propia tarea. ¿Es la labor de la teología sólo la exposición de la Biblia? La teología protestante vivió un fuerte renacimiento a comienzos del siglo XX porque algunos sostuvieron eso. La teología era exposición de la Palabra de Dios. Según Barth, la teología no debía ser nada más que preparación para la predicación. Dicho renacimiento, vinculado ante todo al nombre de Karl Barth, significó en parte una radicalización de la idea del Sola Scriptura, pero también significó una interpretación un tanto unilateral de la tarea de la teología.
La tarea de la teología es una tarea de carácter universal: es no sólo exponer la Biblia, sino poner la Palabra de Dios en relación con todas las cosas. Pero al hacer esa afirmación hay que preguntarse qué es la Palabra de Dios. ¿Debemos usar dicha expresión como estrictamente sinónima con la Biblia? Muy probablemente la respuesta es que no. La misma Biblia utiliza la expresión para referirse a Cristo. Él es la Palabra de Dios: y la Biblia es también la Palabra de Dios, porque da testimonio de Él. Pero dicho testimonio de Cristo según la propia Biblia lo encontramos no sólo en ella (si bien sólo en ella de modo completo), sino ya desde la creación. No me refiero con ello sólo a la presencia de toda la Trinidad en el acto creador, tal como lo presenta el Génesis, sino ante todo al hecho de que todas las cosas fueron creadas por y en Cristo, del modo como lo presentan los primeros versos del evangelio según Juan: todo lo que hay ha sido hecho por Él; y todo lo que hay, en Él es vida, y la vida era la luz de los hombres. Esta identificación de Cristo con todo lo que es vida y todo lo que es luz es tal vez uno de los indicadores más claros de cómo debemos emprender la tarea de la teología. El que los libros de la Biblia tengan una referencia a Cristo es algo tan importante que incluso ha sido considerado por algunos (por ejemplo, Lutero) como el principal criterio para determinar si un libro legítimamente puede ser considerado parte de la Biblia. Este modo de enfocar la autoridad de la Biblia (afirmar que tiene autoridad porque refiere a Cristo) nos permite entenderla de un modo que suficientemente "cerrado" y "abierto" a la vez: no centrándonos en ella por sí misma (biblicismo), sino centrándonos en ella porque ella da testimonio de Cristo; así podemos también estar atentos a las demás maneras en que Cristo se revela. Y esto significa que Cristo es la Palabra de Dios, mientras que la Biblia contiene la Palabra de Dios.
Acabemos esta sección -entre tanta sugerencia "abstracta"- con una breve sugerencia sobre qué leer en concreto. Mi sugerencia sería anualmente leer por lo menos lo siguiente: una obra de un escritor de la iglesia antigua, una obra de alguno de los reformadores, algún teólogo moderno que ya sea un clásico (como Bonhoeffer), y alguna obra de publicación reciente. Así mantenemos un sano equilibrio entre preocupaciones actuales y preocupaciones a las que el cristianismo se ha visto enfrentado en todas las épocas.
Una cosa al menos deben tener presentes las iglesias cristianas: no se encuentran ante la opción de tener una teología o no tener una teología. Dicha opción no existe. La única opción real es aquella entre tener una teología mala o una teología buena: entre profesar caprichos privados o profesar la fe que ha unido a la iglesia de Cristo a través de los siglos. Es de esperar que puestos ante dicha disyuntiva, tengamos más claro lo que debemos elegir.

Nota: Espero comentarios, críticas y sugerencias: manfredsvensson@yahoo.com

Publicado en iel

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