lunes, 28 de septiembre de 2009

LAS EMOCIONES Y LA DOCTRINA CRISTIANA

LAS EMOCIONES Y LA DOCTRINA CRISTIANA
Robert C. Roberts•
Las emociones son un medio esencial para integrar doctrina en la vida. Entender qué son y cómo se forman puede contribuir a la madurez espiritual. En los últimos 30 años la psicología y la ética han reconocido la relevancia de las emociones. Han brotado propuestas muy diferentes sobre qué son, cada una reflejando los intereses de la disciplina que la hace. Un entendimiento cristiano de las emociones parte de lo que el Nuevo Testamento dice de ellas: son moralmente importantes, pueden ser mandadas y pueden ser formadas por reflexión sobre el evangelio. Las emociones son maneras de percibir cómo situaciones de la vida afectan nuestros intereses. El que no ve cómo el evangelio afecta sus intereses no dará fruto del evangelio. Una de las manifestaciones de la integración emocional del evangelio es el gozo como reacción a la persecución.

• Profesor de Ética en la Universidad de Baylor, Waco, Texas. Este artículo es una traducción, por el mismo autor, del primer capítulo de Robert C. Roberts, Spiritual Emotions: A Psychology of Christian Virtues (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Company, 2007). Primera publicación en español en Kairós n° 41, 2007. Se publica aquí con autorización.


EN BÚSQUEDA DE UNA IGLESIA
En 1984 mi esposa Elizabeth y yo, con nuestros tres pequeños hijos, nos mudamos a una nueva ciudad y empezamos a buscar una iglesia donde congregarnos. Elizabeth había crecido en la Iglesia Reformada Cristiana, una denominación con raíces holandesas, y yo en la iglesia presbiteriana. Como habíamos sido presbiterianos donde vivíamos anteriormente, visitamos una congregación presbiteriana. En el nuevo lugar, a diferencia del anterior, había un par de iglesias cristianas reformadas, y, por lo tanto, las incluimos en nuestra búsqueda.
Una de ellas era casi una caricatura de la Iglesia Cristiana Reformada: el culto parecía consistir en recibir explicaciones. Mientras la congregación se mantenía pasivamente sentada, los Diez Mandamientos fueron leídos con un poco de explicación, un pasaje del Catecismo de Heidelberg fue leído y explicado, se dio lectura a algunos pasajes de la Escritura, y el sermón los explicó. No quiero dar la impresión de que el culto haya consistido solamente de explicaciones, porque cantamos algunos himnos y aun nos pusimos de pie para hacerlo. Sin embargo, antes de cada himno, el pastor dio una breve explicación de la letra. Como profesor de filosofía, asisto a menudo a conferencias (y las doy también), y no me atraía la idea de que el domingo por la mañana fuera como cualquier otro día de la semana.
Si la memoria no me engaña, fue inmediatamente después de esta última experiencia que nuestros vecinos nos invitaron a asistir a su iglesia episcopal. Siendo tan promiscuos denominacionalmente como la mayoría de los protestantes, estuvimos dispuestos a aceptar.
En algunos aspectos esa iglesia era anglo-católica y en otros, evangélica y carismática. La congregación recibía poca explicación de textos, aunque había una abundancia de textos muy ricos en teología: cuatro lecciones de la Escritura, maravillosas oraciones de acción de gracias y confesión, el Símbolo de Nicea y la liturgia, que hacía repaso de toda la historia de la salvación. Los sermones podrían haber sido una fuente de instrucción, pero eran muy breves y no muy definidos. Los miembros de la congregación participaban con acciones físicas: poniéndose de rodillas para orar, persignándose, ingresando y egresando en procesión, haciendo reverencias frente al altar, caminando a la baranda para recibir el cuerpo y la sangre del Señor, extendiendo la mano para tomar el pan y el vino y, en el caso de los que tenían inclinaciones carismáticas, levantando las manos en adoración y a veces expresando afirmaciones en voz baja. El clero se vestía de los colores del calendario eclesiástico. Con el pasar de los meses, descubrimos que el templo se llenaba de vez en cuando con el olor del incienso, y después de varios meses el nuevo director del coro introdujo motetes en latín, y la música era excelente. Así nos volvimos episcopales.
A pocas cuadras de nuestra casa había una iglesia bautista que visité algún tiempo después. Dije a un diácono que yo era visitante, y él me dio la bienvenida y me indicó dónde sentarme. El culto fue tan “litúrgico” como el episcopal, pero de manera bastante distinta. Poco de la liturgia estaba escrita (no había libro de oraciones), aunque parecía seguir un orden establecido de alguna manera. No se leyeron tantos textos como en las otras dos iglesias. Después de algún tiempo el coro, que incluía la mitad de la congregación, entró bailando y cantando, y esto pareció encender un fuego en los otros asistentes. Algunos de ellos gritaban palabras de alabanza, algunos cantaban con el coro, y otros se pusieron de pie y se mecían de un lado al otro con la música. El pastor predicó muchísimo más tiempo que el sacerdote episcopal, y no tuvo pelos en la lengua para decir a los congregados cómo deben vivir. Durante el sermón, la gente gemía y cantaba oraciones. Cuando el animado predicador decía algo especialmente impresionante, la congregación le gritaba palabras de aliento o daba gracias a Dios por lo que acababa de decir, y esto parecía animarlo aún más. Cada ladrillo de los muros parecía resonar con una intensidad espiritual de gozo, gratitud y esperanza.
Una pregunta que presentan los tres estilos de culto es cómo integrar el cristianismo en la vida de los creyentes, cómo facilitar que se vuelvan más espirituales. Las tres iglesias son descendientes de los apóstoles, y cada una tiene su propia manera de incorporar la tradición apostólica en la vida de quienes conforman la congregación.
En la iglesia reformada, el método principal parece ser la instrucción: hacer que el creyente sepa lo que cree, que comprenda y pueda articular en detalle la doctrina cristiana. Según esta iglesia, la doctrina debe ser digerida por los creyentes, y no solamente existir “afuera” en la tradición, en la liturgia escrita, o en la Biblia; cada miembro de la iglesia debe saberla y comprenderla lo mejor posible.
En la iglesia episcopal, la generación de la espiritualidad en el culto parece proceder primordialmente de la lectura –de la Biblia y del libro de liturgia– en el contexto de una dramatización sensorial. La tradición apostólica está ahí en toda su gloria –en los libros. Cada domingo, mucho más de esa tradición es expresada y oída –es decir, leída del libro– que en el servicio bautista que he mencionado. Pero de explicación hay muy poco. A menudo el sermón no se usa para dar instrucción doctrinal clara, y relativamente poco esfuerzo se gasta explícitamente para hacer que los creyentes entiendan lo que creen. En algunas congregaciones, aunque no en aquella a la cual nos unimos, la enseñanza cristiana, como enseñanza, se considera vergonzosa o una insensatez: las doctrinas no se creen, sino que de alguna manera su “espíritu” se experimenta a través la liturgia.
¿Cómo, entonces, entra la tradición apostólica en la vida de los creyentes en la iglesia episcopal? Mediante el drama palpable, con todo y escenario. El creyente encarna la tradición en sus gestos, por la inmersión en los sonidos y olores, por la belleza del santuario, del enmaderamiento, de los vidrios y de la vestimenta; los elementos rituales y estéticos asociados con la tradición antigua evocan una especie de nostalgia histórica. En este caso, la espiritualidad es principalmente asunto de la sensación o del ambiente en vez de la emoción. O, se podría decir, la emoción experimentada no es precisamente la de uno mismo, sino la de la Iglesia (siendo ella la institución histórica completa). Casi se podría decir que se trata de la espiritualidad por teatro.
En contraste, en la iglesia bautista que visité el modo de incorporación espiritual parece ser la emoción. Los líderes enseñan que Jesucristo es el Señor y el Salvador (sin muchos pormenores teológicos) y todos se emocionan por esto. Lloran por sus pecados y se alegran de su salvación.
A continuación reflexionaremos sobre el papel de la emoción en la espiritualidad cristiana, y voy a argumentar que los sentimientos son un medio esencial de la incorporación de la doctrina cristiana en la vida del creyente. No voy a abogar por una denominación o estilo de culto en particular como el mejor para cultivar las emociones espirituales en los cristianos; claramente, esto puede suceder en cualquier denominación, y puede no suceder en cualquier denominación (incluyendo las “emocionales”). Espero que, a través de una consideración de qué son las emociones, cómo se forman y la naturaleza de emociones espirituales particulares como el gozo, la contrición, la esperanza, la gratitud, la compasión y la paz, podamos todos llegar a ser cristianos más fieles, cuya influencia en la vida de otros sea cada vez más positiva.

TRES REVOLUCIONES RECIENTES
En los últimos 25 o 30 años, tres revoluciones han estremecido las disciplinas de la psicología y la ética. Una de ellas es que la ética se ha vuelto psicológica. En el siglo XIX y durante la mayor parte del siglo XX, la ética era la ciencia de las normas de acción moral. Trataba de las obligaciones, los permisos y las prohibiciones, y los filósofos discutían teorías acerca de cuál es la base o el fundamento de las normas éticas. Luego en 1958 la filósofa cristiana Elizabeth Anscombe publicó uno de los ensayos filosóficos más influyentes del siglo XX, “Modern Moral Philosophy”1 (“La filosofía moral moderna”), en el cual señaló que el único legítimo fundamento de las normas de obligación es el Dios que da mandamientos, y en esos días muy pocos filósofos creían en Dios. De modo que, cuando los filósofos preguntaban acerca de la base de las normas éticas, hacían una pregunta para la cual habían excluido de antemano la única respuesta razonable. Para ellos, toda la discusión de la ética como normas de acción era un callejón sin salida. Ella propuso que, en vez de buscar la base de las normas de acción, deberían reflexionar sobre las virtudes como lo hacían los filósofos antiguos como Platón y Aristóteles –cualidades como la justicia, la liberalidad, la veracidad y la compasión, que hacen de una persona un buen ejemplar de la raza humana.
Esa semilla tardó algunos años para germinar, pero en 1981 Alasdair MacIntyre publicó After Virtue2 (Tras la virtud), uno de los más famosos libros de filosofía del siglo XX, haciendo un llamado a volver a las virtudes como un camino para superar los desacuerdos éticos interminables que plagan las sociedades modernas. El libro de MacIntyre inició un renacimiento de pensamiento sobre las virtudes.
1 Philosophy 33 (1958), pp. 1-19.
2 After Virtue: A Study in Moral Theory, tercera edición, University of Notre Dame Press, 2007

Pero las virtudes son cualidades de carácter, y las cualidades de carácter son un tema para la psicología. Entonces, la ética ha tomado un giro psicológico, y ahora los filósofos se involucran regularmente en una disciplina que llaman “psicología moral”, que es la reflexión sobre las cualidades, motivaciones, emociones, entendimiento y discernimiento éticos.
Una segunda y complementaria revolución es que la psicología se ha vuelto ética. En el pasado reciente los psicólogos profesionales se ufanaban de que la psicología (terapéutica y experimental) era “libre de valores”, es decir, moralmente neutral. Sin embargo, todas las clases de psicología, sea la clínica, la neurocientífica o la teoría de personalidad, siempre trabajan con algún concepto de lo “normal” o lo “sano”, y entre más nos alejamos de las funciones puramente físicas, más controvertidos se vuelven estos conceptos. Es decir, se vuelven menos asunto de la ciencia pura, y más cuestión de la cosmovisión –más como la ética, especialmente si la ética se concibe como estudio de las virtudes. El psicólogo clínico quiere ayudar a la gente a funcionar bien (o mejor); el neurocientífico tiene que tener alguna idea del funcionamiento apropiado del cerebro; el teórico de la personalidad necesita distinguir las buenas cualidades (las maduras y saludables) de las malas (las disfuncionales y las que no se han desarrollado adecuadamente). El concepto de virtudes, que ahora domina el estudio de la ética, es precisamente el concepto de cualidades de personas que funcionan apropiadamente, es decir, personas buenas y sanas.
A medida que los psicólogos dejaban atrás el mito positivista de la investigación libre de valores, tanto más reconocían que practican una disciplina normativa –es decir, que son, en un sentido, filósofos de la vida, filósofos de la persona, y así éticos de un modo similar a los filósofos de las virtudes. Martin Seligman, antiguo presidente de la American Psychological Association, ha estado en la vanguardia de un movimiento de “psicología positiva”, que trata de las virtudes y los aspectos positivos del carácter, a diferencia de la “psicología negativa”, que se enfoca en las múltiples patologías y disfunciones psicológicas. Él y un colega han producido un manual grueso, Character Strengths and Virtues: A Handbook and Classification (Las fortalezas de carácter y las virtudes: Un manual y una clasificación),3 que presentan como la contraparte positiva del Diagnostic and Statistical Manual (DSM) de la American Psychiatric Association.4
La tercera revolución es que tanto la psicología como la ética se han vuelto emocionales. Más o menos en el mismo período en que las otras dos revoluciones ya mencionadas se estaban fomentando, las emociones llegaron a ser objeto de investigación intensa en varias disciplinas. Los antropólogos han puesto atención a las emociones de culturas exóticas (Rosaldo, 1980; Lutz, 1984). Algunos neurocientíficos se han hecho especialistas en las emociones (Damasio, 1994; LeDoux, 1998; Newberg y D’Aquili, 2001), así como algunos psicólogos (Frijda, 1986; Oatley, 1992; Lazarus, 1991), historiadores (Corrigan, 2002; Pinch, 1996; Spacks, 1995; Dixon, 2003) y filósofos (Solomon, 1976, 2003; Nussbaum, 1994, 2001; Griffiths, 1997; Roberts, 2003). Varios filósofos de las emociones, incluyéndome a mí, se han interesado en ellas debido en gran parte a su engarce con la ética: constituyen un tema importante de la psicología moral.
4 Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders DSM-IV-TR, Fourth Edition, (American Psychiatric Publishing, Inc., 2000

De estas discusiones ha brotado una variedad de propuestas en cuanto a qué son las emociones, cada una expresando invariablemente los intereses y compromisos particulares de la disciplina que la hace. Los antropólogos tienden a pensar que las emociones son modos culturalmente construidos de interacción y dominio social. Por ejemplo, el temor podría ser un modo de mostrar a otros que eres una persona mansa, no amenazadora (Lutz, 1988). Los neurocientíficos tienden a pensar que las emociones son procesos neurológicos. Para ellos el temor podría ser un juego de acontecimientos electro-químicos en el núcleo central de la amígdala, excitados por actividad en los tálamos y la corteza visuales y auditorios, y causando, a su vez, reacciones en el sistema nervioso periférico, y así tensión de los músculos, cambios circulatorios y cambios en el estado de la piel (LeDoux, 1998). Algunos psicólogos consideran que las emociones son una conciencia de sensaciones corporales que se asocian con conductas emocionales (véase la famosa teoría de William James, 1950 y la de su discípulo Antonio Damasio, 1994). Así el temor podría ser la sensación de la pulsación del corazón cuando una persona ve que se le acerca un puma. Los psicólogos evolucionistas tienden a concebir las emociones como estrategias de adaptación evolutiva (Griffiths, 1997; LeDoux, 1998). Por ejemplo, el temor se podría entender como una adaptación protectora a los hábitats donde hay animales de presa. De manera similar, un psicólogo (Frijda, 1986) explica las emociones como tendencias a actuar de determinada manera; por ejemplo, el temor es una tendencia a emitir comportamiento de evitar peligros. Finalmente, algunos filósofos, como Robert Solomon (1976) y Martha Nussbaum (2001), evocando a los estoicos de antaño, han propuesto que las emociones son juicios. Por ejemplo, el temor es un juicio en cuanto a que un peligro significativo está cerca.

UN ENTENDIMIENTO CRISTIANO DE LA EMOCIÓN
Este texto versa sobre la espiritualidad y la emoción. Por eso, trata de la ética cristiana y la psicología cristiana, y su tesis es que esa iglesia bautista que visité seguía el rumbo correcto para incorporar la doctrina cristiana a la vida del creyente. Las virtudes cristianas son, en gran parte, asunto de estar dispuesto a la alegría, contrición, gratitud, esperanza, piedad y paz propiamente cristianas. El cristiano espiritual es el cristiano maduro, y el cristiano maduro es uno que siente estas emociones de la manera cristiana. Es “emocionalmente maduro”, porque la doctrina cristiana ha formado su corazón y, así, lo ha dispuesto a conducta característica del reino de Dios.
Si buscamos en el Nuevo Testamento un concepto que corresponda a nuestro concepto moderno de las emociones, no lo encontramos. Ninguna de las palabras que inicialmente podríamos pensar que funcionarían así –por ejemplo pathos o epithumía– expresa en realidad un concepto análogo. Entonces, tendremos que considerar lo que el Nuevo Testamento dice sobre lo que nosotros llamaríamos emociones –gozo, gratitud, enojo, temor, esperanza, paz– y después formular un concepto que corresponda a ellas.
En el Nuevo Testamento, los estados mentales que llamamos emociones parecen tener las cualidades siguientes.
1) Son moralmente importantes. Experimentar la correcta alegría, esperanza, compasión, etc. es una marca de la persona santificada, convertida, transformada. Las emociones sentidas y expresadas son indicios de la condición espiritual.
2) Las emociones pueden ser mandadas. Pablo puede mandar el gozo (1 Ts. 5:16), no solamente como expresión verbal, sino como actitud del corazón, y dice: “Alégrense siempre en el Señor. Repito: ¡Alégrense!” (Fil. 4:4).
3) Las emociones pueden ser formadas, determinadas en su naturaleza interna, por los conceptos y la narrativa de la gracia. Las emociones que son normativas para la espiritualidad cristiana son teológicas, basadas en la doctrina.
Entonces, una psicología cristiana de las emociones tendrá que tomar en cuenta estas cualidades, y preferiblemente mostrará cómo las emociones pueden tenerlas. A continuación esbozaré un concepto de la emoción que parece hacer exactamente eso.

IMPORTANCIA ESPIRITUAL DE LAS EMOCIONES
Entre las virtudes que constituyen el carácter cristiano maduro, algunas llevan nombres de emociones: gratitud, esperanza, paz, gozo, contrición y compasión. Otras virtudes, como la paciencia, la perseverancia, la valentía y el dominio propio, claramente no son emociones (tal vez se pueden llamar “fortalezas”); y el amor (sea el amor a Dios o al prójimo) es un caso especial que trataré más adelante. La humildad es aún otra clase de virtud, y parece ser una disposición a no experimentar ciertas emociones, como la envidia y el orgullo envidioso. Las virtudes que son emociones son centrales entre las cualidades de la personalidad cristiana que el apóstol Pablo llama el fruto del Espíritu Santo, y nos concentraremos en ellas.
Invito al lector a meditar conmigo sobre las emociones, con el afán de crecer espiritualmente. Pensar acerca de las emociones espirituales nos puede ayudar a ser más espirituales en nuestra vida emocional. Pero, ¿es congruente con el concepto del fruto del Espíritu Santo mi esperanza de que la reflexión fomente crecimiento espiritual? Si estas emociones resultan simplemente de la operación directa del Espíritu Santo, cuando Dios se adueña de la personalidad del creyente, parece que no hay nada que nosotros podamos hacer para cultivarlas. Son sobrenaturales, y si las deseamos, simplemente tenemos que esperar, aguardando que Dios actúe.
En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo normalmente obra en conjunto con la predicación del evangelio de la redención de pecadores mediante la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. Estas buenas noticias tienen doble papel: son la noticia de que Dios ha reconciliado al mundo a sí mismo (es decir, es información sobre lo que Dios ha llevado a cabo en Cristo), y al mismo tiempo son un instrumento por el cual la reconciliación se realiza, de una manera pequeña y anticipada, en las comunidades e individuos que la oyen y aceptan. Como resultado de esa reconciliación la gente se vuelve obediente; agradecida; en paz consigo misma, con Dios y con sus prójimos; y llena de esperanza, gozo en el Señor y amor para con sus hermanos y hermanas. Tan grande es el papel de la predicación y recepción del evangelio en esta transformación que podríamos llamar estas cualidades “fruto del evangelio”. Pero si lo hiciéramos, ellas serían a la vez fruto del Espíritu de Dios, pues la obra de reconciliación en la cual participan es obra de Dios en su pueblo.
Si el fruto del Espíritu Santo está relacionado con el contenido del evangelio de esta manera, entonces la reflexión asume una importancia evidente. Primero, el evangelio, como noticia, puede ser objeto de reflexión y meditación; de hecho, es difícil imaginarse cómo puede ser sembrado en la gente fructíferamente si no es reflexionado. Estaremos haciendo reflexión de este tipo en el transcurso de estas páginas.
Segundo, más allá de una meditación en el evangelio, el que quiere desarrollar una espiritualidad más profunda tal vez halla ayuda en un esclarecimiento de qué son las emociones y cómo funcionan en nuestra vida. Las emociones de la vida cristiana no son fenómenos inescrutables producidos por Dios de forma misteriosa, tan inaccesibles a nuestro entendimiento como el origen del universo. Son, al fin y al cabo, emociones, y por eso, la reflexión sobre la naturaleza de las emociones puede conducirnos a un tipo de conocimiento de nosotros mismos que podemos aplicar, de varias maneras, a la tarea de volvernos cristianos más espirituales.

LAS EMOCIONES COMO PERCEPCIONES INTERESADAS
Si emociones como el gozo, la esperanza, la gratitud y la compasión pueden ser fruto del Espíritu Santo, tienen que ser fenómenos espirituales. Suponer, como algunos especialistas, que las emociones son procesos o estados neurológicos –sucesos electro-químicos en el cerebro y otras partes del sistema nervioso– no se adecua a su naturaleza espiritual. Podemos decir lo mismo de la teoría de que las emociones consisten fundamentalmente en la conciencia que el sujeto tiene de varios estados de su cuerpo. Si bien las emociones son, muchas veces, disposiciones a actuar, como sostiene Nico Frijda –por ejemplo, la compasión genuina es una disposición a ayudar a alguien que sufre–, decir que este es el aspecto central de las emociones tampoco parece adecuarse al concepto cristiano de su importancia. A nosotros parecen ser más como actitudes, orientaciones del corazón hacia situaciones de la vida, como cuando dice el Señor: “Dónde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón” (Mt. 6:21 NVI). El psicólogo cristiano no tiene por qué negar que las emociones tengan correlativos neurológicos, ni que involucren frecuentemente sensaciones corporales, ni que a menudo resultan en acciones, pero ninguno de estos aspectos puede ser el distintivo central, fundamental o prominente de las emociones según una psicología cristiana.
He propuesto que las emociones son percepciones interesadas5 (Roberts, 2003), y considero que esta propuesta es un ejemplo de psicología cristiana. Decir que son percepciones interesadas es decir que son estados en que el sujeto comprende, en una especie de percepción inmediata, un significado de su situación. Son interpretativas en un sentido amplio y general: dos sujetos con poderes igualmente agudos de percepción sensorial e intelección pueden ver la misma situación de maneras muy diferentes, experimentando emociones totalmente distintas frente a ella. Como percepciones interpretativas, las emociones pueden estar en lo correcto o lo incorrecto con respecto a una situación. Y son motivacionales. Como interesadas, son determinadas por lo que le preocupa al sujeto, lo que le importa, y muchas emociones tienden a mover al sujeto a la acción de una manera indicada por el interés que constituye la base de la emoción, juntamente con la manera particular de interpretar la situación involucrada.
5 Robert C. Roberts, Emotions: An Essay in Aid of Moral Psychology (Cambridge: Cambridge University Press, 2007).

Podemos ilustrar estas ideas básicas con un ejemplo sencillo. Consideremos a Enrique, el jardinero, y su reacción a la predicción de granizo por parte de la meteorologista. Está nervioso. ¿Por qué? Porque recientemente le han brotado plantas de tomate, y ve la situación como peligrosa para ellas. Sin embargo, esta explicación todavía queda incompleta; el brote de las plantas y su percepción de la situación como peligrosa para ellas explicarán el nerviosismo de Enrique solamente si le importa el bienestar de las plantas. Si no fuera jardinero concienzudo, sino que trabajara solamente por el pago, posiblemente no le importaría un comino qué pasara a las plantas. En tal caso, Enrique no estaría nervioso ante la venida de la tormenta –por lo menos, no por causa de las plantas. Entonces, su nerviosismo se basa en su preocupación por las plantas. Si la tormenta se disipa, también se disipará su nerviosismo; se cambiará probablemente en un gozoso sentido de alivio. Y esta emoción se basará en el mismo interés que la otra, es decir, la preocupación por el bienestar de sus plantas. Y si el nerviosismo persiste, el interés que lo motiva probablemente moverá a Enrique a la acción: hará lo que pueda para escudar a sus plantas del granizo.
De modo que el interés de Enrique es una disposición a experimentar emociones. No es en sí una emoción, sino una disposición a una variedad de ellas. ¿Qué determina cuál emoción surgirá en el corazón de Enrique? Todo depende de la interpretación que Enrique da a las circunstancias que afectan su interés. Si la meteorologista pronostica granizo, Enrique verá sus plantas como amenazadas, y su emoción será nerviosismo, temor, ansiedad o algo parecido. Si la tormenta pasa, verá que sus plantas están a salvo y sentirá alivio. Si piensa que un agente responsable concientemente está haciendo daño a sus plantas (si, por ejemplo, el joven que vive a la par pasa por encima de su jardín con su motocicleta), su emoción probablemente será el enojo. Si se despierta una mañana de escarcha y descubre que durante la noche su vecino, viendo el peligro para las plantas de Enrique, las ha cubierto mientras él dormía, su emoción bien puede ser de gratitud. Así que, las emociones son maneras de “ver”, cuando este “ver” se basa en los intereses, y los intereses son disposiciones a experimentar una variedad de emociones. Por conveniencia empleo el lenguaje de la vista, de las maneras de “ver” las situaciones, pero no todos las percepciones interesadas son visuales. Puedo oír las palabras audibles de una persona como insulto o cumplido, sentir la humedad en el pañal de mi niña como la leche en que acaba de sentarse, oler el olor de humo en la casa como inofensivo, etc.

APLICACIÓN A LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA
¿Cómo se aplican estos conceptos a la espiritualidad cristiana? Así como Enrique no tendría ninguna reacción emocional a la noticia de la venida de la tormenta si no tuviera un interés que pudiera ser afectado por esa noticia, de igual modo la gente no responderá a la buena noticia del evangelio con gozo, paz, gratitud y esperanza si no tiene intereses que pueden ser afectados por esta noticia, y también la capacidad de ver las situaciones de su vida en relación con esta noticia.
El evangelio provee a quienes lo aceptan una manera distinta de interpretar el mundo. El Creador del universo es tu Padre cariñoso y te ha redimido del pecado y la muerte mediante la vida, muerte y resurrección de su Hijo Jesús. Eres hijo de Dios, destinado, juntamente con muchos hermanos y hermanas, a permanecer bajo su amparo para siempre y a transformarte en un ser inefablemente hermoso. Puesto que tus hermanos en la fe también son hijos de Dios, debes tratarlos con mansedumbre, ayudarlos cuando tienen necesidad y, en general, respetarlos y amarlos como conciudadanos y miembros de la familia de tu Padre.
Si una persona no tiene hambre de la justicia y la vida eterna proclamadas y prometidas en el evangelio, no es sorprendente que se haga el sordo al evangelio. Dichosos son los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos (y solamente ellos) serán saciados con la paz y el gozo del evangelio. Este interés es requisito previo para llevar el fruto del Espíritu Santo.
Contemplemos el gozo que los apóstoles sentían después de ser arrestados, encarcelados y azotados por proclamar en Jerusalén la buena noticia acerca de Jesucristo (Hch. 5:41). Tales experiencias no son motivos típicos de gozo. La mayoría de la gente, cuando les sucede algo similar, percibe la situación como desafortunada y bien puede sentirse afligida, enojada, temerosa o triste.
Sin embargo, los apóstoles respondieron con gozo, porque se miraban a sí mismos como habiendo “sido considerados dignos de sufrir afrentas por causa del Nombre” (NVI). Dado que fueron perseguidos por su testimonio público acerca de Jesús, la persecución les parecía algo muy bueno. Esto se debió a que amaban a Jesús y querían imitarlo y asociarse con su ministerio. Así, una situación que sería repugnante a quienes tuvieran un esquema interpretativo diferente o intereses diferentes fue para ellos una ocasión de regocijo.
La percepción de los apóstoles basada en sus intereses era un estado espiritual importante, porque era una manifestación de su preocupación por el reino de Dios, su afecto por el Señor y su comprensión de sí mismos y su situación en términos del evangelio. Sería razonable asumir que, si los apóstoles hubieran sido conectados a un aparato que midiera la actividad del cerebro al momento que experimentaron ese gozo santo, el mismo habría registrado procesos neurológicos característicos del gozo. También es probable que si los apóstoles se hubieran fijado en ese momento en sus sensaciones físicas, habrían notado cierta perturbación en el tronco de su cuerpo, alguna excitación en sus brazos y piernas o algo por el estilo. Sin embargo, es bastante improbable que, cuando Lucas estimó oportuno mencionar la emoción de los apóstoles en Hechos 5:41, se interesara principalmente por estos procesos corporales. Al contrario, lo que le interesaba era cómo los apóstoles veían el mundo, cómo entendían su situación y qué les motivaba. Completo

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