lunes, 13 de julio de 2009

MINISTERIO Y TEOLOGIA DEL TRABAJO

Por: Mag. Héctor Molano
INTRODUCCIÓN
En las conversaciones normales cuando se le pregunta a un hombre acerca de quién es, éste responde generalmente nombrando el trabajo que desempeña: “soy abogado” o “soy ingeniero” etc. En la sociedad se puede decir que un hombre es lo que es, por lo que hace. Por otro lado, también se ha considerado dentro de este pensamiento que algunos trabajos puedan ser superiores a otros, o que tengan mejor reconocimiento social; por ejemplo, existen labores típicas que sirven de modelo para muchos, tales como médicos, policías, o bomberos, entre otras. Los hombres han hecho una división de las labores de tal forma que han colocado unas arriba de otras.
Dentro del cristianismo, el trabajo también tiene su propia concepción, la que ha vivido cambios a lo largo de la historia; por ejemplo, en la Edad Media se creía que los monjes tenían un trabajo superior que los creyentes, pues su labor tenía unos propósitos superiores; de esa forma se creaban unas diferencias abismales en las labores realizadas, colocando a ciertas personas como “especiales” dentro del Reino de Dios.
Con todo esto en mente surge la pregunta ¿qué es el trabajo para el hombre? Porque de todas maneras el ser humano no puede estar ajeno a ello, puesto que es un ser laboral, uno que con sus manos crea y transforma, brindando a la sociedad sus productos para su beneficio. Además, se debe tener claro lo que la Biblia dice del trabajo para tomarlo desde la óptica del Creador. De igual forma, si el trabajo es parte importante de la vida del hombre y por ende de todo el que se dice ser creyente, se debe revisar la cuestión de cómo el trabajo normal de un cristiano puede ayudar al avance del Reino Se pretende en este pequeño escrito dilucidar lo que es el trabajo, cómo ha cambiado la concepción del mismo por el pensamiento cristiano, cómo se ha usado para el ministerio y finalmente, dar algunas ideas de cómo se podría usar ese trabajo para apoyar el ministerio del Reino.


1. ¿QUÉ ES EL TRABAJO?
El trabajo ha sido denigrado en la sociedad e incluso hace algunos años se coreaba una canción muy popular que decía “a mí me llaman el negrito del Batey por que el trabajo para mí es un enemigo, el trabajar se lo dejó sólo al buey porque el trabajo lo hizo Dios como castigo”[1]. Es un hecho que muchos de nosotros hemos crecido con esta concepción, viendo al trabajo como un castigo colocado por Dios. Otros por su parte, pueden ver el trabajo como una forma de lograr sus propias metas o de lograr los recursos económicos necesarios para vivir.
Al mirar el diccionario nos encontramos en primer lugar que trabajar es ocuparse de cualquier actividad, sea mental o física[2]; por supuesto puede que eso sea trabajar, pero en el fondo de la canción del negro del batey, lo que hay es una concepción del trabajo como una labor que implica algo de remuneración, generalmente poca y con mucho dolor. De esa forma, el trabajo se ha convertido en una pesada carga para muchos, es “el único medio para obtener los recursos ...”[3]. Pero ¿es simplemente el trabajo una labor para sobrevivir?[4].
Por supuesto, la mentalidad de esa canción es una sola: el trabajo es un castigo que Dios le puso al hombre; el trabajo se ha visto también como el medio por el cual puedo obtener aquellas cosas que me satisfacen o por el cual logró poseer más y más. Desafortunadamente, debido a las diferencias sociales algunos usan el trabajo con esos fines y en su afán caen en dañar a los que están en otras condiciones[5], por eso “... el afán desmedido de trabajo por ganar más, por tener más, endurece los corazones y achica las miras”[6].
El trabajo visto desde esas dos ópticas, la del que se siente oprimido y la del que tiene los medios para tener más, no le causa a ninguno de los dos la satisfacción necesaria; el trabajo se le convierte a ambos en una carga. Por eso, la realización de sus vidas la encuentran, en general, fuera del trabajo, en los sencillos campeonatos de tejo o en las lujosas canchas de golf, en la labor comunitaria en el barrio o en los consejos sociales de apoyo y colaboración; el hombre trata de encontrar su realización no en su trabajo sino fuera de él[7]; de hecho, algunos estudios demuestran como un buen porcentaje considera que el trabajo les interfiere en sus actividades de tiempo libre y las actividades familiares[8].
Por supuesto, no se debe olvidar en este escrito aquella concepción moderna del trabajo, en la cual, los hombres no sólo han perdido la razón de sus vidas y la realización de las mismas sino que ya no atienden a sus familias, ni se dedican a sus propios deseos sino que se vuelcan en sus trabajos como una forma de escapismo de la realidad, de manera que el trabajo pierde toda base y se convierte en un fin en sí mismo[9]. Así como muchos no encuentran realización en sus trabajos, muchos se enferman por no querer abandonarlo, por verlo como el único propósito de sus tristes vidas. “La moderna perspectiva secularista ... está dispuesta a que el hombre se convierta en un esclavo económico para tener seguridad para el cuerpo y sus necesidades”[10].
Lo único que nos muestran todas estas concepciones del trabajo es que el hombre se ha permitido tomar sus propios pensamientos y se ha dejado dominar por ellos, olvidando el propósito del Creador al darle trabajo. Sólo volviendo a la esencia podremos conocer lo que el trabajo es y el por qué lo hacemos.
2. CONCEPTO BÍBLICO DEL TRABAJO
Para tener una idea adecuada del trabajo debemos mirar lo que la Biblia afirma respecto a este. En primer lugar, en el mismo inicio de las Sagradas Escrituras, se lee en el capítulo 2:1-3, que Dios descansó de toda la obra que había hecho; ¿cuál era esa obra? La creación Dios inició su labor creando los cielos y la tierra; y posteriormente preparando el lugar para la habitación del hombre en la tierra; toda una “divina labor”. En segundo lugar, es prominente la obra de la cruz dentro de lo que ya deberíamos llamar “trabajo divino”; la cruz es el trabajo perfecto de salvación que Dios hace por su pueblo escogido. De manera similar a la Creación, Cristo al terminar ese trabajo pudo decir “consumado es” (Jn 19:30); obsérvese detenidamente como Cristo cumple una labor ordenada por el Padre, (Jn 19:28, 14:31). Los creyentes tenemos la esperanza que se vea la obra final de la historia de la humanidad, la consumación o el final de los tiempos (Ap 10:6).
Por supuesto, no quiere decir que Dios sólo actúa o trabaja en esos tres eventos (Jn 5:17), sino que estas constituyen obras prominentes dentro de la obra divina. En efecto, nuestro Dios es un Dios trabajador, que se “ciñe la toalla” (una alusión a Jn 13:5) que se dispone para hacer su labor. De ahí que si el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios (Gen 1:26), entonces es claro que debe actuar como él actúa porque tiene parte de su esencia (Ecle 3:11). Si Dios es un Dios de trabajo, el hombre como su fiel representante debe ser un trabajador; de hecho cuando lo pone en huerto no le dice: “Adán esto lo he puesto para tu deleite, siéntate y disfruta esta maravilla” ¡No!, la Biblia testifica que antes de esta pareja no había nadie que labrase el huerto; Adán y Eva tenían ya una primera labor, cuidar aquello que Dios les había dado (Gen 2:5b-7, 2:15)[11]; por otro lado, en el texto de Gen 1:28, se le dice al hombre que sojuzgue la tierra; el verbo hebreo que se traduce por sojuzgar: kabash, lleva implícita la idea de dominio aún bajo la fuerza si es necesario, e implica que la creación no le hará fácil el trabajo sino que el hombre debe traer a la creación bajo sumisión principalmente con esfuerzo[12]. Obviamente, ese esfuerzo era recompensado pródigamente, pero la maldición que se da luego del pecado hace que a ese esfuerzo se le sume el dolor, que la tierra que era apta para que se le dominare ahora produzca más resistencia (espinos y cardos) y que el hombre debería redoblar sus esfuerzos para obtener lo mismo; además, la tierra de donde vino se lo tragaría, volvería a ella (Gen 3:17-19).
Por otro lado, la Biblia también menciona que no hay nada mejor que disfrutar del trabajo. Eclesiastés 3:22 dice: “Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?” el verbo regocijarse (shamah) en su raíz designa el ser de agrado o de gozo en toda disposición (Ex 4:14, Sal 19:8, Sal 86:4, Prov 15:30). Es muy interesante notar que este verbo aparece en la mayoría de las oportunidades ligado al gozo de la salvación (2 Cro 20:27, Sal 5:11, etc.)[13]. En este punto es relevante mencionar que en uno de los sitios en donde se muestra la salvación es precisamente en el trabajo; no hay un mejor sitio de prueba para el hombre que la forma en que trabaja. El Señor recalca mucho el valor del trabajo en el argumento de las parábolas, mostrando que no importa el trabajo que se realice sino la fidelidad con que se hace (Mat 25:14-30)[14]; nuestra labor ya no es hecha para los hombres, sino que nuestro trabajo es para el Señor, y ello sólo nos debería llenar de regocijo, porque de él recibiremos la recompensa de la herencia (Col 3:23-24). Con esto en mente, el cristiano debería ver el trabajo de otra manera; no es una pesada carga sino una oportunidad para adorar a Dios, tanto para el que esté en la posición de sencillo obrero como para la del alto ejecutivo.
Ahora bien, debido al avance del liberalismo económico, de las diferencias marcadas entre las clases sociales ¿cómo debería actuar el cristiano? Algunos han optado por la separación, de una sociedad corrupta y caída, esto es, no llevan su cristianismo al trabajo ni a los negocios; por supuesto esta separación es imposible, un hombre no puede hacer nada sin la sociedad[15]. Por otro lado, una parte de los creyentes ve con malos ojos a aquellos que poseen los recursos, olvidándose así que no existe una condena directa en la Biblia en contra de la abundancia, sino que esa abundancia fuera usada para compartir con aquellos que estaban en necesidad[16]. No se puede olvidar que “las posesiones son material e instrumentos que sirven para el buen uso a aquellos que conocen el instrumento. Por tanto, la conclusión y eje del asunto es éste: saber que lo que se posee es más por el bien de los hermanos que por el de sí mismo”[17].
Finalmente, entendiendo que el trabajo no es meramente una necesidad para que el hombre pueda comer y vivir, ni es un resultado del pecado, ni un estorbo para el gozo, sino que es “el gozoso llamado del hombre”, entonces es en su trabajo que éste debe ejercer su servicio a Dios y a sus semejantes[18].
3. DESARROLLO HISTÓRICO DE LA CONCEPCIÓN DEL TRABAJO
Si bien la Biblia habla con claridad respecto al trabajo, en la era cristiana la concepción del mismo se ha ido cambiando. Como primera medida, se debe revisar el pensamiento de los grandes filósofos griegos que dieron una base para la nueva sociedad y observar cómo concebían el trabajo; por ejemplo, Aristóteles lo consideraba como una actividad de la clase baja, puesto que esos trabajadores desarrollaban labores manuales, con el fin de permitir que aquellos que pertenecían a la clase intelectual, pudieran dedicarse a los estudios filosóficos[19]. Esta idea colocaba los oficios en rangos de poder, de manera que se encontraban menospreciadas las personas que hacían labores físicas, y supervaloradas las que se dedicaban a lo intelectual.
Para los iniciadores de la nueva sociedad, los romanos y los griegos, el trabajo estaba basado en la esclavitud; para Platón ningún artesano podía ser un ciudadano del estado ideal[20], él veía la esclavitud como algo legítimo por la misma naturaleza; de hecho, mencionaba en la República que el trabajo manual era considerado incompatible con los derechos políticos; su discípulo Aristóteles fue más allá, diciendo que un esclavo era un ser intermedio entre el bruto y el hombre libre, y que los trabajos manuales iban en contra de la virtud[21].
Por otro lado en la tierra Palestina durante la época de Cristo, existía la estratificación social dada por las labores que cada cual realizaba, marcada por diferentes clases: la clase alta o ricos, correspondía a los mercaderes, banqueros, terratenientes y la élite sacerdotal; la clase media, era conformada por los artesanos, mercaderes, pequeños latifundistas, sacerdotes de menor orden y los publicanos; una tercera clase la conformaban los pobres, quienes eran los jornaleros, los escribas y los mendigos; y en el último lugar del escalafón social figuraban los esclavos y las mujeres[22]. Esto era lo típico en esta región, sin embargo el judío promedio consideraba su trabajo como su vida, aquel que no enseñará a su hijo un arte, le estaba enseñando a robar[23].
Con todo esto en mente la llegada del cristianismo a la sociedad debió haber marcado un cambio radical en la concepción de los puestos de trabajo; no obstante, las menciones de las labores realizadas por el pueblo en las Escrituras, muestran que las diferencias entre oficios no fueron abolidas[24], lo que sí se pedía era que el trato entre unos y otros fuera mejorado (Ef 6:9, Col 4:1). Por supuesto, no fue inmediata la terminación de los sistemas esclavistas, pero sí se sentaron las bases para que la igualdad entre las labores fuera posible[25]; de hecho, hacia el cuarto siglo con Constantino como emperador, fueron dictadas disposiciones que disminuyeron los derechos que típicamente los amos tenían sobre sus esclavos[26]. Resulta obvio que entre el pensamiento del filósofo romano Cicerón quien decía: “el salario es una marca de la esclavitud” y las palabras de Cristo: “el obrero es digno de su salario”, existe un gran abismo[27].
Durante la Edad Media, se continuó con el cambio de pensamiento frente al trabajo pero la influencia escolástica hizo que se le diera más importancia a ciertos oficios. Los monjes eran aquellos hombres que se dedicaban a la vida contemplativa y el pueblo se dedicaba a las labores generales; esta división la basaban en Luc 10:38-42 donde se muestra que la actitud de María, quien se quedó a los pies del Señor para escucharle corresponde a los monjes, mientras que la de Martha quien realizaba otras labores para poder atender a Jesús, corresponde al pueblo. Esta partición influyó de alguna forma aún hasta el propio Agustín de Hipona quien decía que el trabajo, aunque útil, es en sí un castigo, de todas maneras apuntaba que los monjes debían orar y trabajar[28].
La vida monástica se prolongó por toda la Edad Media, y con está, la división malsana de los oficios, que colocaba a unos en una posición inferior por lo que hacían. Esto se logró subsanar en el tiempo de la Reforma, donde los cambios no sólo fueron dados en la concepción teológica de la salvación sino también en la vida corriente de los ciudadanos. Lutero, por ejemplo, dijo que las vocaciones religiosas si no tenían el propósito de servir al prójimo no deberían considerarse como vocaciones ni aún como llamamientos[29]. Lutero decía que cada persona tenía un llamado de Dios para ejercer sus propias actividades, y que esos llamados ejecutados adecuadamente deberían servir a Dios y a la humanidad[30].
Sin lugar a dudas, quien habló más del tema del trabajo y los negocios en época de la Reforma fue Juan Calvino; él anotaba que el monasticismo llevaba al orgullo, la envidia y la disensión, además de producir pereza generaba un terrible dualismo pues el laicado estaba encasillado en la mundanalidad[31]. Anotando en sus Instituciones dijo: “Cada uno, pues, debe atenerse a su manera de vivir como si fuera una estancia en la que el Señor lo ha colocado, para que no ande vagando de un lado para otro sin propósito toda su vida ... no hay obra alguna tan humilde y tan baja, que no resplandezca ante Dios, y sea muy preciosa en su presencia, con tal que con ella sirvamos a nuestra vocación”[32].
Un área dentro del trabajo y la economía que merece una explicación mayor es el cobro de interés sobre el dinero. Durante la Edad Media, el cobro de intereses se consideraba como usura por parte de los teólogos; no obstante durante el sistema feudal (renta de la tierra como medio de intercambio) existió un momento en que el capital productivo empezó a tener una mayor relevancia, por lo que la Iglesia intentó justificar el cobro de intereses como una forma de diezmo[33]. Mirando un poco atrás, Aristóteles consideraba que el dinero debía ser infructífero, es decir se podía usar como intercambio pero no como productor de más dinero porque ese mecanismo es el más antinatural; en contraste el sistema judío se sentía en plena libertad de aplicar intereses a los gentiles (Deut 23:20) [34]. Para el tiempo de la Reforma, Calvino trató el tema con amplitud, y aclaró que el prohibir intereses sobre el dinero bajo toda circunstancia era atar la conciencia más allá de la Palabra de Dios; él toma los textos usados por los escolásticos católicos y muestra que han sido malinterpretados. Calvino se levantó contra la usura[35], pero no aceptó que el dinero no pudiera tener algo de productividad, eso sí, al pobre se le debe prestar sin esperar devolución (Ex 22:25, Lev 25:25-28, Deut 23:19, 20) [36].
Debido a este uso que le dio Calvino al manejo del dinero o el trabajo con el dinero, los economistas lo alabaron pero Max Weber y posteriormente R. Tawney consideraron que estas ideas dieron pie para el inicio del capitalismo[37]. No obstante, esto no debería darse completamente por sentado, pues el concepto ético manejado por Calvino era totalmente diferente al que mueve ahora a los capitalistas. Algunos eruditos aclaran que Weber y sus seguidores han simplificado lo que fue un problema complejo, partiendo del hecho “que los factores económicos que obraban en los países calvinistas eran el resultado de su religión”[38].
Por supuesto el concepto del trabajo en el capitalismo ha sido cambiado por el concepto que se desarrolló en la Reforma. Actualmente, la mayoría de la población trabaja fuertemente para sobrevivir, mientras unos pocos mantienen su nivel de vida con el trabajo de aquellos. Luego de la revolución industrial, cada trabajador no fue considerado más que como un simple tornillo en el gran engranaje productivo, el hombre trabajaba mecánicamente y con el desarrollo tecnológico, poco a poco, se desplazó por una máquina.
Retomando las ideas de este punto, se puede concluir diciendo: el trabajo en todas las áreas tiene el mismo valor a los ojos de Dios, sea maestro, obrero, artesano, banquero o lo que sea. Sin embargo, actualmente aún se hacen distinciones y lo lamentable es que ellas surgen aún dentro de la iglesia; muchos creyentes creen que llevar su religión al trabajo es contrario a lo que Dios quiere y sin razonar, están creando un dualismo equivocado de la vida cristiana: son los adoradores e hijos de Dios el domingo en la iglesia y son los trabajadores que luchan en el mundo por sobrevivir durante la semana. Esta idea debe cambiarse y volver a la mente de la Reforma. De hecho, debe mostrarse en el trabajo y con el trabajo lo creyente que se es; Dios creó a los hombres a su imagen y les puso en la tierra para que la sojuzgasen, pero el creyente tiene una obligación adicional que es el llamado a hacer discípulos en todas las naciones[39], y esto puede ayudar a hacerlo usando lo que gana sojuzgando la tierra.
4. BREVE RESEÑA DEL USO DEL TRABAJO EN EL MINISTERIO
La Biblia menciona a Aquila y Priscila, que junto con el apóstol Pablo fabricaban tiendas (Hech 18:1-4), y con esa labor apoyaban el ministerio de la iglesia naciente; la Escritura dice que Pablo trabajaba día y noche para no ser gravoso a los hermanos (1 Tes 2:9). Estos ejemplos deberían causar la suficiente atención sobre cómo se usó el trabajo para el avance del Reino. Con ello no se quiere indicar que no puedan existir pastores y maestros que vivan completamente de su trabajo ministerial (1 Cor 9:14), se quiere mostrar que no deben verse el trabajo y el ministerio como dos polos opuestos, sino que son formas lícitas que presenta el evangelio para el apoyo a la expansión del Reino[40].
Desde el inicio del cristianismo, los principales sitios de expansión fueron aquellos que se encontraban en las rutas comerciales, parece ser que Dios se valió de los negocios para expandir el mensaje salvador[41], y ser hombre de negocios y cristiano no era una contradicción[42]. Los comerciantes que llegaban a ciudades como Jerusalén, podían escuchar perfectamente el mensaje de Jesucristo y llevarlo a diferentes lugares del mundo.
Un ejemplo importante de los primeros siglos fue la Ruta de la Seda, que era el camino por donde se desplazaban los comerciantes de este producto.Esos caminos unían a China con Occidente, de manera que los antiguos fenicios los usaron para exportar seda al Oriente y los chinos enviaban las prendas ya manufacturadas[43]. “Fueron los misioneros orientales quienes trajeron el comercio de la seda a Occidente y, junto con los judíos, los cristianos dominaron el comercio”[44]. El inicio del cristianismo fue marcado por el trabajo comercial, en el que se llevaban los productos junto con el mensaje.
En los siglos del VI y VII, son de resaltar los nestorianos. Suter y Gmür[45] se refieren a ellos como los mejores ejemplos de “hacedores de tiendas”; este último apelativo merece una explicación adicional. Los hacedores de tiendas, son aquellos hombres o mujeres que se dedican a sus negocios, pero en el trasfondo de los mismos, hay un propósito misionero. Los nestorianos se sostuvieron trabajando como secretarios, médicos o mayordomos, labores que realizaban por donde viajaban; en esos lugares, principalmente de Asia, establecieron iglesias[46].
En los siglos XVIII y XIX, se encuentran los moravos, como otro ejemplo excelente de los “hacedores de tiendas”, de los que se dice que ponían en práctica el cristianismo y no se quedaban en la teoría. “Los moravos, consideraron a las misiones su principal prioridad y vivir una vida de sacrificio para el Salvador era el llamado más noble”[47]; Suter y Gmür puntualizan sobre ellos diciendo: “Como cristianos consideraban el dar testimonio como algo totalmente natural y lo hacían con gozo, lo que demuestra que generalmente es más fácil para un hombre de negocios testificar que para un predicador llevar un negocio”[48].
Otro ejemplo que se desataca en el uso de los negocios para el ministerio es la misión de Basilea, donde se inicio en 1815 una escuela de misiones; los fundadores de la escuela tenían en mente lo siguiente: “desde el principio ... el misionero aparte de recibir preparación teológica, debería ser capacitado en el comercio y algún oficio. Su ideal era ser “teólogo-artesano”, un modelo integral de vida en todos los aspectos”[49].
Últimamente se ha utilizado el modelo de “hacedores de tiendas” para acceder a países que no recibirían a un misionero, pero que sí reciben a un hombre de negocios. Por supuesto, esa información no se publica porque se perdería la posibilidad de seguir evangelizando en tales países[50].
Desafortunadamente una visión histórica completa de cómo los negocios han ayudado a las misiones no es fácil de conseguir y lo que se ha escrito al respecto es poco, tal vez por el olvidado papel que muchos creyentes le dan al ambiente secular. No obstante, es importante recordar que todo cristiano, en donde se desempeñe debe tener en mente colaborar para la expansión del Reino de Dios.
5. POSIBILIDAD DE USO DEL TRABAJO PARA EL MINISTERIO HOY
n este punto ya debería haber quedado claro que el uso del trabajo en el ministerio no sólo es legítimo, sino que es un instrumento que Dios coloca en nuestras manos para el avance del evangelio. Los trabajadores, comerciantes e industriales, deberían redescubrir el valor que su labor tiene y apoyar al ministerio cristiano, de igual forma se debería abandonar la idea de que la única manera de iniciar ministerios nuevos es con apoyo de extranjeros, ya que eso puede crear dependencias malsanas[51]. Esto no quiere decir que no es posible recibir apoyo para iniciar misiones.
Como en toda acción que se desee implementar siempre hay algunas consideraciones iniciales para tener en cuenta, si es que un empresario desea involucrarse en el apoyo del avance del Reino. Suter y Gmür lo expresan en diez puntos que a continuación se presentan:
1. Una concepción espiritual de los negocios, donde no hay separación entre lo secular y lo sagrado. (Col 3:23-24)
2. Disciplina y diligencia (Rom 12:11, Prov 22:29, 1 Tes 4:11, 2 Tes 3:7)
3. Honestidad (Prov 10:9)
4. Precios fijos y justos (Prov 3:9-10)
5. La calidad como marca distintiva. (Prov 31:13,19)
6. Profesionalismo altamente calificado.
7. Evangelismo y discipulado ferviente.
8. Solidaridad social.
9. Impacto comunitario.
10. Influencia política[52].
En estas consideraciones vale la pena explicar un poco las tres últimas: la solidaridad social, el impacto comunitario y la influencia política. La solidaridad social se refiere a que junto al mensaje del evangelio se debe apoyar el desarrollo y bienestar de aquellos a quienes se alcanza y para lograrlo los siervos de Dios deben estar dispuesto a sufrir por un tiempo (Fil 4:12), además los ricos deben compartir con los pobres y no ser egoístas (2 Tim 6:17-19, Hech 2:45)[53]. El impacto comunitario está ligado a la solidaridad social, pero se trata de que las empresas no sólo ayuden a todos los que pueda sino que logren crear una transformación social, por ejemplo dando un testimonio de ética y transparencia en los negocios y enseñando a la comunidad a hacer lo mismo[54]. Finalmente, la influencia política se refiere a crear vínculos con la clase gobernante de los sitios a donde se llega, lo que ayudará a crear mayor impacto social[55].
Por otro lado, si un misionero quiere convertirse en un “hacedor de tiendas”, debe ser un profesional calificado en su trabajo, lo que le ayudará a abrirse campo dentro de un medio diferente al suyo; igualmente, debe entregarse por completo a la ocupación comercial, porque si en su deseo de evangelizar inicia teniendo reuniones bíblicas o realiza contactos en su tiempo de trabajo, no podrá avanzar en su labor empresarial; por último, es bueno que cuente con una empresa socia que le apoye en los primeros años hasta que pueda lograr un sostenimiento satisfactorio[56].
Así como existen diversas consideraciones tanto para el misionero “hacedor de tiendas” como para la empresa que quiera dedicarse al apoyo ministerial, también pueden existir algunos aspectos que se levantan contra estas iniciativas. Por ejemplo, es importante considerar que el ambiente de lo económico está dominado por el amor al dinero, por encima del amor al prójimo; existe la tendencia malsana que el “pez grande se coma al pequeño” pasando por encima de lo que sea[57]. Todos los involucrados en esta labor misionera deben reconocer que se puede caer en ese mismo juego. También se pueden levantar inconvenientes netamente eclesiásticos debido a que las empresas de apoyo ministerial[58] pueden ser conformadas por personas de la misma congregación, pero el trabajo con la iglesia puede resultar penoso; debido a esto quizá quieran excluir el programa de la iglesia y trabajar como una empresa secular; cualquiera de estos dos puntos crea tensiones en el desarrollo del proyecto de apoyo[59].Suter y Gmür, nombran adicionalmente dos posibles problemas: la corrupción, por lo que quien se involucre en este tema debe tener un alto estándar ético; y los riesgos diversos que tienen que ver con la situación de gobierno, las inversiones iniciales y aún los problemas salubres en ciertas zonas del mundo[60].
CONCLUSIONES
El trabajo, la acción humana de producir algo, sea mental o físicamente es parte del diseño de Dios; en este escrito se mostró que lo hacemos no sólo por tener lo necesario para vivir, y se develó cómo cambió la concepción cristiana del trabajo con la historia, además de la relación trabajo-ministerio.Ahora se presentan algunas conclusiones puntuales al respecto:
Trabajamos porque somos imagen y semejanza de un Dios trabajador, desafortunadamente el pecado ha dañado nuestra concepción del mismo y muchos han convertido el trabajo en una carga o en un modo de escape.
El trabajo muestra lo que el hombre es, allí revela su identidad; por eso los creyentes deben usar sus esfuerzos en ese campo para apoyar el hacer discípulos a todas las naciones.
El concepto del trabajo ha cambiado debido a la influencia del mundo, inicialmente las labores manuales se consideraban degradantes y las mentales como superiores; luego este dualismo pasó al campo espiritual y se dividió el trabajo entre los religiosos y los seculares. En la Reforma Protestante se resaltó la importancia de todas las vocaciones, y se igualó toda labor con tal que sirvieran a Dios y a los hombres.
En el aspecto del manejo económico del dinero, los judíos siempre han tenido claro que se puede cobrar intereses a los gentiles y extranjeros, la antigua filosofía griega consideraba que obtener ganancia de esa forma era el medio más antinatural. Por su parte la iglesia en la época del feudalismo justificó la aplicación de los intereses como una forma de diezmo. Nuevamente los reformadores, en especial Calvino enseñó que el cobro de interés es válido siempre evitando la usura y que a los pobres no se les cobre. Por esto último, Weber y otros quisieron responsabilizar a los protestantes como los iniciadores del capitalismo pero esto olvida otros factores que también influyeron en ese surgimiento.
Históricamente se ha visto como el trabajo tanto personal como de empresa ha sido usado para llevar el mensaje del evangelio de Jesucristo; desde Pablo, Aquila y Priscila, pasando por los nestorianos, moravos y otros, siempre Dios se ha válido de esta poderosa herramienta para mostrar al mundo las nuevas del Padre.
Sí se puede usar el trabajo para apoyar las misiones; empresarios, industriales y trabajadores pueden comprometerse en la labor de ser una empresa misionera. Se necesita actualmente más “hacedores de tiendas”, hombres y mujeres que estén dispuestos a abrir una brecha en lugares en donde el avance del evangelio no es fácil por las marcadas diferencias religiosas.
Finalmente se aclara que separar el trabajo de un creyente de su vida espiritual es una gran equivocación, a donde se mueva está llevando a Cristo, sea en su casa, en la iglesia o en sus acciones laborales.
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[1] CAMARGO, Toney. El Negrito del Batey.
[2] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA. Diccionario de la Lengua Española. Tomo II. España: Espasa, 2001. p. 2203.
[3] JOLING, Tod. El Trabajo ¿Maldición o Vocación? En: Reforma Siglo 21, Marzo 2003, Vol. 5/N. 1. p. 46.
[4] TAPIADOR, Agapito. Visión Cristiana del Trabajo. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1979 p. 10.
[5] Pio XII decía: “el liberalismo económico negó el carácter social y moral del mundo económico y colocó el interés personal como motor primero de toda la economía”. Ibid., p. 21.
[6] Ibid., p. 26.
[7] BARCLAY, William. Ethics in a Permisive Society. Glasgow: William Collins sons and company, 1971. p. 102. Barclay cita el ejemplo de D.L. Dogson quien enseñaba matemáticas y escribió libros sobre el tema mientras paralelamente escribía “Alicia en el País de las Maravillas”.
[8] PAPALIA, Diane y WENDKOS, Sally. Desarrollo Humano. Trad. Elcy Dulcely Ruiz. Colombia: McGraw-Hill, 1990. p. 470.
[9] SCHAEFFER, Francis. How Should We then Live? Illinois: Crossway, 2005. p. 206.
[10] VAN TIL, Henry. El Concepto Calvinista de la Cultura. Trad. Donald Herrera Terán. Minneapolis: Contra-Mundum, s.f. [CD ROM]
[11] Vale la pena notar que el trabajo que Dios le da a Adán de nombrar a todos los animales Gen 2:19-20; primeramente muestra la increíble capacidad que este tenía para poder crear nuevos nombres, por otro lado muestra el respeto (si es que así se puede llamar) de Dios por la obra de Adán porque los nombres de los animales no fueron cambiados. Otros dicen que aún tenían la labor de regar las plantas y de obtener oro y otras piedras preciosas, pero el texto no lo da por entendido. Para esto último, léase SCHIRRMACHER, Thomas. Dios Quiere que tu Aprendas, Trabajes y Ames. Hamburgo: RVB internacional, 2003. 72 p. [CD ROM], también se puede consultar en www.contra-mundum.com.
[12] HARRIS, Laird, GLEASON, Archer y WALTKE, Bruce. Theological Wordbook of the Old Testament. En: BUSHELL, Michael y TAN, Michael. BibleWorks 5.0. Estados Unidos: BibleWorks, 2002. [CD ROM]
[13] Ibid.
[14] BARCLAY, Op. Cit., p. 95.
[15] Ibid., p. 105.
[16] VAN TIL, Op. Cit.
[17] McLELLAND, Joseph. Trabajo y Justicia. Trad. Arnoldo Canclini. s.l.: Mundo Hispano, 1977. p. 31.
[18] VAN TIL, Op. Cit.
[19] McLELLAND, Op. Cit. p. 38.
[20] BARCLAY, Op. Cit., p. 94.
[21] TAPIADOR, Op. Cit., p. 12.
[22] SENDEK, Elizabeth. Historia de Israel en el Nuevo Testamento: Asignatura de Nivelación para Maestría en Seminario Bíblico de Colombia (Primer Semestre de 2001: Medellín).
[23] BARCLAY, Op. Cit., p. 94.
[24] Incluso Jesús en una de sus parábolas nombra la profesión de los banqueros de manera positiva (Mat 25:27), quienes ponían interés al dinero, algo que para muchos pudiera ser tomado como malo en esencia. En: WIGHT, Fred. Costumbres y Maneras de las Tierras Bíblicas. Trad. David Martinez y Samuel Montoya. Colombia: Compartir, 2002. p. 258.
[25] TAPIADOR, Op. Cit., p. 12.
[26] Ibid., p. 15.
[27] Ibid., p. 22.
[28] VAN TIL, Op. Cit.
[29] McLELLAND, Op. Cit., p. 45.
[30] SUTER, Heinz y GMÜR, Marco. Poder Empresarial en Misión Integral. Trad. Samuel Guerrero. Miami: Unilit, 1997. p. 63.
[31] VAN TIL, Op. Cit.
[32] CALVINO, Juan. Institución de la Religión Cristiana. Tomo I. Trad. Cipriano de Valera. Barcelona: Felire, 1999. Libro III, Cap. X, p. 556.
[33] McLELLAND, Op. Cit., p. 40.
[34] Ibid., p. 50.
[35] “La usura debe ser juzgada, no por algún pasaje en particular de las Escrituras, sino simplemente por las reglas de la equidad”. En: McLELLAND, Op. Cit., p. 52.
[36] VAN TIL, Op. Cit.
[37] Ibid.
[38] McLELLAND, Op. Cit., p. 49.
[39] VAN TIL, Op. Cit.
[40] SUTER y GMÜR, Op. Cit., p. 16.
[41] Ibid., p. 14. En especial para los primeros siglos fue la ruta de la seda la que más sirvió con ese propósito.
[42] Ibid., p. 60.
[43] Ibid., p. 22.
[44] Ibid., p. 22.
[45] Ibid., p. 22.
[46] Ibid., p. 23.
[47] Ibid., p. 26.
[48] Ibid., p. 29.
[49] Ibid., p. 36.
[50] Ibid., p. 108.
[51] BEFUS, David. Negocios para el Reino. Miami: Misión Latinoamericana, 2003. p. 18.
[52] SUTER y GMÜR, Op. Cit., p. 78-92.
[53] Ibid., p. 19.
[54] Ibid., p. 93.
[55] Ibid., p. 95.
[56] Ibid., p. 54.
[57] BEFUS, Op. Cit., p. 183.
[58] Para ver más sobre modelos empresariales-eclesiásticos ver BEFUS, David. Negocios para el Reino. Miami: Misión Latinoamericana, 2003.
[59] Ibid., p. 186.
[60] SUTER y GMÜR, Op. Cit., p. 101-108.
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